Saqué los pedazos de otras manualidades que tenía guardadas, senté a mi hija en el comedor y compartí ese momento con ella (como recomendaba la instrucción de la maestra). De la calidad de la tarea no hablaremos, que a los niños eso no les importa.
La clave de esta historia está detrás del mensaje salvador. La autora era la coordinadora del grupo, a quien prácticamente le debo la felicidad de mi hija de ese y muchos otros días.
Ser madre en esta aldea llamada mundo es extenuante, seas el tipo de madre que seas. Y es que la maternidad cansa mucho más allá del trabajo físico. El peso de las expectativas propias, ajenas y de los hijos es una monserga.
Pero he descubierto que ese peso se aligera fuera de casa gracias a una comunidad que aunque para muchos sea invisible está ahí y sostiene a la sociedad: las otras madres.
Las abuelas y las tías son las primeras en la fila, pero también están las madres de los amigos de nuestros hijos. Esas que los recogen cuando tú no puedes, que les echan un ojo mientras te ocupas en algo, que te apoyan cuando tu bebé se enferma, que te recuerdan que mañana tienen deportes o que deben llevar la cartulina.
A mí las otras mamás me salvan todo el tiempo. Por cómo me ayudan y por lo que me inspiran.
Como hija, también lo hicieron en algún momento. Recuerdo a la mamá de mi mejor amiga en Chile que me hacía tacos cuando iba a su casa para que no extrañara México. También de la que iba por nosotros a las fiestas cuando mis papás no podían. Todos los días doy gracias por la tía que me abrió las puertas de su casa y me cuidó cuando mi mamá estaba lejos. O por mi otra tía que me ayudó a ser independiente cuando me mudé a la Ciudad de México.
Las historias de las madres que me rodean son muy distintas a la mía y entre sí. Pero en esa diversidad encuentro una convergencia. Y es el hecho de que todas quieren lo mejor para sus hijos y por ello hacen lo mejor que pueden con lo que tienen… y más.
Desde lejos veo a las mamás que viven un momento personal difícil y me asombra la manera en que se guardan todo eso para sonreír frente a sus hijos. También veo a las que están agotadas por su propio día a día y dejan su cansancio a un lado para ayudar a otra que lo necesita.
Me encanta ver cómo las que trabajan o han trabajado llevan todas sus habilidades profesionales a los eventos de la escuela y hacen de una feria un proyecto tan complejo como cualquier empresa. También agradezco la generosidad de las que prácticamente tienen una oficina ahí, sin sueldo base.