Hace unos 15 años, encontré el yoga en medio de una crisis laboral. Un colega, quien después fue mi primer maestro, Ricardo Madrigal, me encontró llorando y su diagnóstico fue claro: “lo que necesitas es yoga en tu vida”. Me invitó a su clase al siguiente día y supe desde entonces que el mat sería mi segundo hogar, sin importar a dónde me llevara la vida.
Yoga contra feminicidio emocional

Esta práctica se ha adaptado para acompañarme en todas mis transformaciones profesionales. Incluso se volvió insumo para mi quehacer académico; el haberme formado como maestra de yoga con mi admiradísima Gaby Tavera fue la semilla de Ola Violeta AC y lo que he decidido nombrar feminicidio emocional. Por eso, cada año celebro con estusiamo el Día Internacional del Yoga, el 21 de junio.
Más allá de saludos al sol y posturas instagrameables, yoga es una filosofía ancestral útil para todas las personas, desde quien busca un ejercicio completo y generoso con el cuerpo hasta quienes batallan para vencer un trauma nombrado o inconsciente. Cuando miré esta práctica con las gafas violeta tuve un momento ¡Eureka!: si uno de los síntomas del feminicidio emocional es la desconexión corporal y el yoga incluso desde su origen etimológico significa proceso de unión mente, cuerpo y espíritu, hay camino para sanar. Así nació la metodología para aplicar esta práctica como espacio de resistencia, refugio y renacimiento.
No son pocas las potenciales beneficiarias; recordemos: 7 de cada 10 mujeres mayores de 15 años han sufrido al menos un incidente de violencia de género; hablamos de más de 35 millones de mexicanas y las agresiones psicológicas ocupan el primer lugar de prevalencia, según la más reciente ENDIREH del Inegi, presentada en 2022.
En “El árbol del yoga”, B.K.S. Iyengar escribió que el yoga no es sólo físico, sino celular, mental, intelectual y espiritual. Y es esa profundidad la cual lo convierte en una herramienta de sanación poderosa en contextos de violencia, porque cuando una mujer vuelve a moverse con conciencia, cuando aprende a respirar en medio del caos, cuando puede habitar su cuerpo sin miedo, todo cambia. Algo se reconstruye.
El mindfulness, tan ligado al yoga, también juega un papel clave. No se trata de “desconectarse” del dolor, sino de mirarlo con atención plena. De saber que el cuerpo guarda la historia, pero también la capacidad de escribir nuevos capítulos. No hay escapismo en esta práctica, sino lo contrario: un compromiso con la presencia.
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Mircea Eliade, en su estudio del yoga, decía que el reconocimiento del dolor puede ser el inicio de la emancipación. Y eso es profundamente feminista, si hacemos una adaptación inversa de Freud podemos afirmar que sufrimiento pasado no es destino; ahí, en la oscuridad, puede iniciar el camino hacia la resignificación personal a través de validar las emociones.
Por supuesto, el yoga no reemplaza la terapia psicológica ni las redes de apoyo, mucho menos los servicios de emergencia cuando el riesgo es alto para la mujer víctima. Pero puede acompañar, reforzar, sostener. Iyengar lo dijo con estas palabras tan inspiradoras: “aunque el objetivo y la culminación del yoga es la visión del alma, posee gran cantidad de efectos secundarios beneficiosos, entre los cuales se encuentran la salud, la felicidad, la paz y el equilibrio”.
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Nota del editor: María Elena Esparza Guevara es fundadora de Ola Violeta A.C. Doctoranda en Historia del Pensamiento por la UP y egresada del Programa de Liderazgo de Mujeres de la Universidad de Oxford. Síguela como @MaElenaEsparza Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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