Cada primer miércoles de mayo se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental Materna, una fecha que busca visibilizar una realidad silenciada: millones de mujeres en el mundo atraviesan el embarazo, el parto y el postparto con síntomas de depresión, ansiedad o agotamiento extremo, sin recibir apoyo emocional ni atención médica adecuada. A pesar de su impacto profundo en la vida de las madres y de sus hijos, el bienestar psicológico durante la maternidad sigue siendo una deuda pendiente en nuestras políticas públicas, en nuestros sistemas de salud e incluso en nuestras conversaciones cotidianas.
¿Quién cuida a quienes nos cuidan?

Durante décadas, se nos ha enseñado a asociar la maternidad con imágenes de felicidad, plenitud y fortaleza inagotable. Pero poco se habla de las sombras que pueden acompañar este proceso: el miedo, la soledad, la presión de ser suficiente. Esta narrativa idealizada no solo invisibiliza el sufrimiento real que muchas mujeres viven en silencio, también impide que como sociedad tomemos acciones concretas para cuidarlas. Porque sí, maternar puede ser hermoso, pero también puede ser abrumador. Y no deberíamos asumir que las mujeres deben atravesarlo solas.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres experimenta algún trastorno emocional durante el embarazo o después del parto, siendo la depresión posparto una de las condiciones más comunes y menos diagnosticadas. En México, estudios de la UNAM y la Secretaría de Salud señalan que entre el 15% y el 20% de las mujeres presenta síntomas depresivos tras dar a luz, pero la gran mayoría no recibe diagnóstico ni tratamiento oportuno. Esta falta de atención no solo afecta la calidad de vida de las madres, también puede tener consecuencias en el desarrollo emocional y físico de sus hijos.
A pesar de estas cifras, el tema sigue siendo una dimensión invisibilizada en el sistema de salud. Una de las razones es el estigma que aún rodea a los trastornos emocionales en la maternidad: se espera que las mujeres se sientan agradecidas, plenas y felices por convertirse en madres, y cualquier emoción que se aparte de ese ideal es vista con culpa o vergüenza.
Esta presión social no solo impide que muchas pidan ayuda, también hace que su malestar sea minimizado por quienes las rodean, incluyendo profesionales de la salud. La falta de protocolos claros, de seguimiento psicológico y de capacitación en esta etapa de la vida refuerza un silencio estructural que termina por normalizar el sufrimiento.
Abordar este problema no puede ser solo un esfuerzo individual. Se necesita una respuesta integral que involucre a los sistemas de salud, a los centros de trabajo y a la comunidad. En este esfuerzo, las empresas tienen una responsabilidad que va más allá de otorgar una licencia de maternidad. Implica reconocer que el equilibrio emocional de una madre impacta directamente en su desarrollo profesional, su productividad y su permanencia laboral.
Es momento de ir más allá de lo mínimo legal y generar condiciones que realmente acompañen esta etapa: políticas de regreso gradual al trabajo, horarios flexibles, acceso a servicios de apoyo psicológico y, sobre todo, una cultura laboral libre de juicios hacia quienes deciden priorizar el cuidado en los primeros meses de vida de sus hijos. Acompañar a las madres en este proceso es también cuidar el talento, la equidad y el futuro de las organizaciones.
Desde mi perspectiva, hay al menos cinco acciones clave que pueden marcar la diferencia para poner este tema en el centro de la conversación:
- Normalizar el tema en el entorno laboral, promoviendo una cultura donde hablar de salud emocional no sea motivo de juicio ni debilidad.
- Capacitar a líderes y equipos en empatía activa, para que sepan cómo acompañar a una colaboradora en etapa perinatal sin invisibilizar sus necesidades ni sobreprotegerla.
- Incluir el tema en las campañas de salud pública, con mensajes claros, accesibles y libres de estigmas.
- Ampliar las redes de apoyo comunitario, donde las mujeres encuentren espacios de escucha y contención fuera del sistema médico.
- Promover la corresponsabilidad desde el inicio, no solo entre madres y padres, sino también entre escuelas, empresas, gobiernos y comunidades.
- Estas acciones no requieren grandes reformas, pero sí voluntad, sensibilidad y un cambio de enfoque. Porque el bienestar emocional de una madre no es un tema personal: es un tema país.
Cuidar a una madre es cuidar a una familia entera. Es reconocer que su salud emocional no es un lujo ni un asunto privado, sino una necesidad colectiva. Si de verdad aspiramos a una sociedad más justa, debemos dejar de asumir que maternar implica hacerlo todo, todo el tiempo, y en silencio. Acompañar de verdad a las mujeres en esta etapa significa escucharlas, validar lo que sienten y construir un entorno donde no tengan que ser fuertes todo el tiempo para ser reconocidas. Porque cuando las madres están bien, todo lo demás —el trabajo, la comunidad, el futuro— también empieza a estarlo.
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Nota del editor: Laura Tamayo es Directora de Asuntos Públicos, Comunicación y Sustentabilidad en Bayer México. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.
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