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El mito de hacerlo todo bien

Se viralizó un mensaje que asegura que las mujeres estamos “fracasando” por no encarnar nuestra “energía femenina” limpiando, cuidando y sosteniendo el hogar. Como si eso fuera todo lo que somos.
lun 28 julio 2025 06:04 AM
El mito de hacerlo todo bien
La cultura de la productividad nos enseñó que el éxito depende de cuánto hacemos, cuán disciplinadas somos, cuántos pendientes tachamos. Pero pocas veces se dice que estos estándares fueron creados desde experiencias que no consideran el cuidado, los ciclos, la vida interrumpida que muchas mujeres sostenemos, apunta Laura Tamayo.

El verano, en teoría, es tiempo de pausa. Terminan las clases, cambian los horarios, todo debería ir más despacio. Pero para muchas mujeres, esa pausa nunca llega.

Y no es solo por falta de tiempo. A veces, lo que falta es el permiso de soltar expectativas que no nos pertenecen.

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¿Por qué no nos pertenecen? Porque la cultura de la productividad nos enseñó que el éxito depende de cuánto hacemos, cuán disciplinadas somos, cuántos pendientes tachamos. Pero pocas veces se dice que estos estándares fueron creados desde experiencias que no consideran el cuidado, los ciclos, la vida interrumpida que muchas mujeres sostenemos. Así nació el mito de hacerlo todo bien, un ideal que se ve perfecto en teoría, pero que en la vida real solo genera culpa, cansancio y frustración.

El problema es que intentamos encajar en modelos que no fueron hechos para nosotras. Y lo que sentimos no es falta de esfuerzo, sino de pertenencia. Porque la crianza, el trabajo doméstico, el acompañamiento emocional… no caben en agendas rígidas. El resultado lo vemos en un cansancio que no se mide en horas y en una culpa que se disfraza de indisciplina.

Muchas mujeres se preguntan por qué no logran seguir rutinas perfectas, por qué no pueden concentrarse a fondo, por qué cuesta tanto decir que no. Y la respuesta que reciben siempre es la misma: organízate mejor, duerme menos, delega más. Como si todo se resolviera con la app correcta de listas de tareas.

Si preguntamos a nuestras amigas o colegas, las escenas se repiten. La que responde correos en el consultorio del pediatra. La que revisa presentaciones mientras se cuece la comida. La que, después de todo, aún escucha a alguien que necesita desahogarse. Se nos dice que eso es multitasking, que somos resilientes. Pero detrás de esa habilidad, hay un cansancio silencioso. Y una soledad que pocas veces se nombra.

Y como si no bastara con la exigencia de hacerlo todo bien, también hay quienes insisten en decirnos cómo deberíamos ser. Recientemente, se viralizó un mensaje que asegura que las mujeres estamos “fracasando” por no encarnar nuestra “energía femenina” limpiando, cuidando y sosteniendo el hogar. Como si eso fuera todo lo que somos. Como si nuestra valía dependiera de qué tan dóciles, disponibles o agradecidas parezcamos.

Desafortunadamente, este no es un problema que se resuelve con más voluntad. Es el reflejo de entornos que siguen midiendo compromiso por disponibilidad. De trabajos que premian a quien nunca dice que no. De familias que reparten el cuidado como si el tiempo de algunas fuera inagotable. Y de un sistema que insiste en que descansar es un lujo, no un derecho.

Yo también creí que debía poder con todo. Que, si me organizaba lo suficiente, si era disciplinada, si seguía las estrategias correctas, algún día llegaría a sentir que todo estaba bajo control. Pero con el tiempo entendí que la sensación de control no siempre viene de hacer más. A veces, viene de aceptar que la lista nunca se acaba. Y que la vida no necesita encajar en un molde perfecto.

Lo que me ha funcionado no son fórmulas mágicas, sino gestos cotidianos que me devuelven el centro:

1. Aceptar que no siempre puedo con todo. Durante mucho tiempo pensé que, si me esforzaba un poco más, algún día alcanzaría ese punto de equilibrio perfecto. Hoy sé que habrá semanas donde todo parece desbordado y que reconocerlo no me hace menos capaz. A veces avanzar es simplemente sostenerse.

2. Redefinir lo que entiendo por “productivo”. He aprendido a valorar el tiempo que paso acompañando a alguien que necesita hablar, cocinando con calma o haciendo una pausa para respirar. Aunque no se traduzca en resultados inmediatos, ese tiempo también cuenta.

3. Pedir ayuda sin pedir disculpas. Antes creía que delegar era un signo de debilidad. Hoy lo veo como una manera de respetar mis límites y de confiar en quienes me rodean.

4. Resistir la comparación. Es fácil mirar la vida de otras personas y pensar que tienen todo resuelto. Pero detrás de cada rutina perfecta hay contextos que no conocemos. Recordar esto me ayuda a ser más compasiva conmigo misma.

5. Cuidar el descanso como cuido cualquier otra prioridad. Dormir bien, desconectar de vez en cuando, no llenar cada espacio vacío con pendientes. El descanso no es un premio, es la base para poder estar presente en todo lo demás.

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No podemos cambiar todas las expectativas. Pero sí podemos decidir cuáles seguimos cargando y cuáles soltamos. A veces, basta con recordarnos que no tenemos que demostrar nada. Que lo que hacemos, con lo que tenemos, es suficiente. Y que no hay nada de malo en no cumplir con un mito que nunca estuvo hecho para nosotras.

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Nota del editor: Laura Tamayo es Directora de Asuntos Públicos, Comunicación y Sustentabilidad en Bayer México. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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