Hola, mis queridas y queridos lectores. Les saluda una vez más su amiga cincuentona; curtida por la vida, con la lengua afilada y el corazón ardiendo de indignación. Hoy quiero poner sobre la mesa un tema que me tiene profundamente perturbada; un fenómeno que se está infiltrando en nuestro lenguaje popular como inofensivo, pero que en realidad es una forma brutal de violencia: el mal llamado “canasteo”.
“Canastear” no es broma ni juego: ¡es crimen!

Sí, así como lo leen. La palabra “canastear”, que durante años se utilizó para describir con respeto, dignidad y hasta con cierta admiración, a quienes se ganaban la vida vendiendo en la calle, luchando con tesón por el pan de cada día; hoy se ha torcido con un sentido perverso. En los callejones del habla popular, en redes sociales y hasta en conversaciones entre jóvenes, “canastear” ahora significa drogar a alguien sin su consentimiento. Así, sin más.
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Y no, no estoy exagerando. Me lo han contado con la alarmante ligereza de quien relata una travesura: que si le pusieron algo en la bebida a Fulanita en el antro; que si a Zutanito le dieron “un toquecito” para robarle el celular; que si a una chava “la canastearon” y ni se acuerda cómo llegó a su casa. Se dicen (macabramente) entre risas, como si fuera parte del folklore nocturno. Pero lo que yo escucho detrás de esas risas son gritos de alerta, de auxilio…de terror.
Llamemos a las cosas por su nombre: esto es un delito. No una anécdota, no una táctica de supervivencia, no un chisme de barrio. Es violencia en estado puro.
Meterle una sustancia a alguien sin su consentimiento para alterar su conciencia, su voluntad, su sentido de realidad…es una forma vil de dominación. Es arrebatarle a una persona lo más sagrado que tiene: su libertad. Y lo más aterrador es que, esta práctica se ha vuelto tan común que incluso empieza a desdibujarse - lamentablemente - en la percepción colectiva. Como si fuera parte del paisaje urbano. Como si vivir en un país con violencia cotidiana (que ya es mucho decir) nos diera derecho a normalizar lo inaceptable.
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No. No lo voy a permitir. No desde esta trinchera de palabra y conciencia. No con mi silencio.
Y ojo, no me malinterpreten. No estoy aquí para defender el consumo de drogas. Pero hay una diferencia sustancial —y ética— entre quien decide voluntariamente alterar su estado mental y quien es sometido sin saberlo. Quien consume por elección, por escape, por ignorancia o por rebeldía, lo hace desde su libertad; es su decisión. Es un acto, acertado o no, asumido por voluntad propia, con sus respectivas consecuencias.
Pero cuando te “canastean”, en este nuevo y siniestro uso de la palabra, te arrebatan esa libertad. Te convierten en un cuerpo sin voluntad, en un blanco fácil; vamos, en víctima.
Creo que es intolerable que, al disfrazarlo con eufemismos, se intenta diluir la gravedad de este acto. Como si cambiarle el nombre al crimen pudiera lavarle la cara., como si usar un término popular o pintoresco pudiera hacerlo más digerible para la conciencia colectiva. No señoras y señores, no se equivoquen: no hay semántica que justifique el abuso.
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“Canastear” no es “ingeniárselas para sobrevivir”. Es drogar, robar y abusar. Es manipular cuerpos y conciencias. Es vulnerar derechos. Y sí, es un delito penalizable. No importa si lo hace un ladrón en un bar, una banda organizada en el transporte público, o un supuesto “amigo” en una fiesta.
Así que desde esta esquina de palabras francas y memoria curtida, les dejo este llamado: no permitamos que la violencia se normalice; protejámonos, cuidémonos e informemos a nuestras hijas y a nuestros hijos. No dejemos que se esconda detrás del lenguaje popular. Y no bajemos la guardia ante quienes pretenden convertir el delito en moda o anécdota.
No todo lo que se repite se vuelve aceptable, y no todo lo que se calla deja de ser real.
Con todo mi cariño, y sí, con mucho enojo:
Tu amiga cincuentona, clara, directa y con más verdad que filtro.
Nos leemos antes de lo que imaginas.
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Nota del editor: Verónica Salame (Instagram @veronica_salame) es una activista social en pro de la igualdad de género, impulsora del proyecto MuXejeres. Miembro del Women International Zionist Organization (WIZO), ex presidenta de la mesa de consejo de Children International. Actualmente es directora de relaciones públicas de la Asociación Mexicana de Mujeres Jefas de Empresa (AMMJE). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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