Hola, mis queridas amigas y queridos amigos lectores, aquí su amiga cincuentona saludándoles con el gusto de siempre. En esta ocasión quiero abrir con ustedes el canal de comunicación, para debatir y conversar acerca de un tema que, en lo personal, me resulta incendiario y peligroso, si partimos de su naturaleza ambigua y relativa. EL PRIVILEGIO; evidentemente abordaré el tema a partir de mi experiencia y opinión personales, como siempre lo hago.
Privilegio, ¿pecado o virtud?

Comienzo esta colaboración compartiendo con ustedes que he sido catalogada innumerables veces de “privilegiada”, y en otras menos afortunadas, sentenciada con la frase “apestas a privilegio”.
Bien vale la pena señalar que la opinión pública y especialmente las redes sociales han convertido el concepto (tergiversado) de “privilegio” en un arma de linchamiento social, sin tener una previa comprensión de las experiencias personales, esfuerzos, problemas, trabajos o situaciones a los que se enfrenta diariamente el “acusado” o la “acusada”.
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Y lo que me parece más hilarante (preocupante en realidad) de este fenómeno de incitación al odio, es que (habitualmente) la gente que se da el lujo de acusar y estereotipar a los demás, cree ser muy profunda en sus análisis (si es que se le puede llamar así); que gozan de una ventaja moral para etiquetar y señalar con dedo flamígero quién goza de privilegios, o cómo debería ser la vida de cada quien.
Desde mi perspectiva considero que, tachar a alguien de privilegiado por el simple hecho de tener cierto nivel de vida, experiencias o posesiones a raíz de su esfuerzo, contactos y trabajo honesto, sería irresponsable; un craso error. ¡Y por supuesto que hay que aborrecer y denunciar la corrupción! Pero no nos hagamos bolas ni confundamos, esa es harina de otro costal.
Creo que es fundamental cuestionarnos ¿qué entendemos por privilegio? y, ¿cómo afecta esa visión en nuestra percepción de los demás? La mayoría de veces, el juicio de la vida ajena es totalmente errático. Quienes acusan no conocen las luchas internas y externas que enfrenta la otra persona, ni el contexto ni sus objetivos. Y lo que considero aún más grave, es que esta situación deshumaniza al señalado y perpetúa una cultura de división.
Pregunto, ¿me conocen?, ¿los conocen?, ¿saben cómo ha sido mi vida?, ¿tienen conocimiento de causa por lo que han pasado “Juanito”, “Anita” y “Luisito”?, ¿se han puesto en mis zapatos? o ¿de dónde obtuvieron el derecho de juzgar, etiquetar, señalar y linchar?
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Vivimos en una época en la que, si tuviste el “privilegio” de nacer bajo ciertas circunstancias, es como si automáticamente te pusieran un letrero que dice: esta persona es insensible, mezquina y no entiendes de sufrimiento. Es un asunto que me intriga porque, si bien es importante reflexionar sobre algunas ventajas, también siento que distorsiona totalmente la conversación.
Hoy, cuando alguien menciona que “hablas o vives desde el privilegio”, no suele ser una invitación a la reflexión o feedback, sino una frase de ataque y descalificación, como si el lugar en el que nacieron “Paquito” o “Juanita" fuera un defecto del que debieran avergonzarse, o como si lo que has logrado en la vida fuera una afrenta. Pero, ¿en qué momento olvidamos que, nacer entre ciertas bondades no significa que no hayas enfrentado dificultades?
Antes, en los 80s, nadie hablaba de “privilegios”; habían desigualdades evidentes, claro, pero la conversación no giraba en torno a quien tuvo mejores oportunidades al nacer. De alguna forma, la vida se vivía más desde lo que hacías con lo que tenías, de lo que querías lograr con tus talentos, sueños y objetivos, y no desde un análisis constante sobre tu punto de partida. ¿Era perfecto? ¡No! Pero tampoco teníamos tendencia a etiquetar, segregar o atacar.
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Tener “privilegios” no te hace inmune al dolor. Tampoco te despoja de la capacidad de entender los problemas de los demás o de solidarizarte, y mucho menos te hace una mala (ni buena) persona. El privilegio no define tu ser, ni quién eres, ni debería ser usado como una excusa para descalificar, mucho menos para saltarte las trancas. Porque si algo sabemos, amiga, amigo, es que cada quien carga con sus propias luchas aunque desde fuera parezca que lo tiene todo.
Y la empatía, esa que tanto nos falta ahora como sociedad, debería (y debe) ir en ambas direcciones. Reconocer el privilegio no tendría que dividir sino tender puentes. Parece que hemos olvidado que no elegimos donde nacer; pero lo que sí podemos elegir es cómo actuar a partir de nuestras circunstancias y el rumbo que queramos decidir. ¿No crees? Nos leemos en la siguiente.
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Nota del editor: Verónica Salame (Instagram @veronica_salame) es una activista social en pro de la igualdad de género, impulsora del proyecto MuXejeres. Miembro del Women International Zionist Organization (WIZO), ex presidenta de la mesa de consejo de Children International. Actualmente es directora de relaciones públicas de la Asociación Mexicana de Mujeres Jefas de Empresa (AMMJE). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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