Hace algunos años, una joven abogada me dijo con frustración: “Quisiera ser socia, pero no sé cómo lograrlo sin sacrificarlo todo”. Su comentario me dejó pensando. En el mundo legal, las mujeres no solo ejercemos Derecho, también debemos realizar muchas otras tareas que socialmente se nos asignan como nuestra responsabilidad por el solo hecho de ser mujer. No solo litigamos, negociamos contratos y cumplimos con las exigencias de clientes, jefes y colegas, sino que también asumimos innumerables tareas ajenas como propias. Ser abogada, en muchos casos, equivale a obtener un doctorado en la conciliación de lo imposible.
Ser abogada equivale, en muchos casos, a conciliar hasta lo imposible

El mercado laboral premia la disponibilidad absoluta, aquello que la economista Claudia Goldin llama greedy work: trabajos que demandan presencia constante, flexibilidad nula y disponibilidad total. Este tipo de dinámica laboral castiga de manera desproporcionada a las mujeres, quienes aún cargamos la mayor parte del trabajo no remunerado en el hogar. En el sector legal, donde los horarios impredecibles y la cultura del always on son la norma, la penalización es aún más severa.
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Pero este no es un problema solo de las mujeres ni de las abogadas, si bien en nuestro sector la problemática es más que evidente. Es un problema de todos. Y quizás, para encontrar una solución, los hombres deberían mirar más de cerca a sus propios hogares. Porque ahí se encontrarán con una mujer agotada de tener demasiadas responsabilidades.
La abogacía, como muchas otras profesiones, ha integrado a las mujeres en un modelo que nunca evolucionó, donde la otra mitad —los hombres— no ha cambiado lo suficiente para adaptarse al hecho de que las mujeres ahora ejercen sus profesiones y trabajan fuera del hogar.
Durante décadas, hemos hablado de equidad de género en el sector legal como si fuera únicamente una cuestión de representación. Hemos impulsado cuotas, programas de mentoría y redes de apoyo. Sin embargo, el problema persiste: aunque las mujeres ahora somos mayoría en las aulas de Derecho, seguimos siendo una minoría en las posiciones de liderazgo en firmas, tribunales y departamentos jurídicos corporativos.
¿Por qué? Porque, además de ser abogadas, muchas somos también madres, cuidadoras y administradoras del hogar. Porque, al llegar a casa después de una jornada de trabajo, enfrentamos una segunda jornada de labores invisibles. Y porque, aunque cada vez más hombres participan en las tareas domésticas, las expectativas y la carga mental siguen recayendo en nosotras.
No se trata de una falta de ambición o de compromiso profesional. Se trata de una estructura laboral que penaliza a quien no puede —o no quiere— sacrificar todos los demás aspectos de su vida en favor del trabajo. Se trata de una cultura que sigue viendo la conciliación como un tema exclusivamente femenino y que no ha logrado generar incentivos reales para que los hombres asuman su parte.
Por ello, la verdadera revolución pendiente es la de los hombres en la vida privada. Porque mientras la equidad de género siga siendo un problema que solo discutimos en el contexto laboral, sin cuestionar lo que ocurre de forma paralela en los hogares, seguiremos viendo a mujeres talentosas abandonar sus carreras antes de llegar a la cima.
Es hora de replantear la pregunta. En lugar de preguntarnos cómo pueden las mujeres hacer más para ascender en el sector legal, debemos cuestionar qué acciones deben tomar las organizaciones—incluidas las firmas legales—, los líderes y los propios hombres para transformar un sistema que sigue expulsando talento femenino.
La respuesta está en políticas laborales más flexibles, en licencias de paternidad reales, en modelos de trabajo que no premien la disponibilidad absoluta sobre la calidad del desempeño. Pero, sobre todo, está en un cambio de mentalidad. Porque la igualdad no se logrará solo con más mujeres en los despachos y tribunales, sino con más hombres asumiendo, de manera real y equitativa, su papel en el cuidado de quienes lo necesitan, compartiendo esta responsabilidad de forma colaborativa con las mujeres.
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Nota del editor: María Teresa Paillés es socia de Pérez-Llorca en el área de Inmobiliario. Expresidenta y fundadora de AbogadasMX. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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