Hace algunos días, en una cafetería, escuchaba de fondo al gran Jorge Drexler con su himno a la transformación en la canción que se titula ‘Todo se transforma’. Esta letra me hizo pensar en qué momento nos encontramos como sociedad en diversos ámbitos, uno de ellos, el desarrollo profesional de la mujer. ¿Nos hemos transformado en oportunidades para ellas?, o ¿vamos a ritmo lento?
8M. El bienestar femenino, una deuda pendiente

La desigualdad de género ha cambiado pero no en las dimensiones esperadas. Son tres los obstáculos que aún limitan el crecimiento de las mujeres en el ámbito profesional: el techo de cristal, el techo de cemento y la menor percepción de bienestar derivada de la desigualdad de oportunidades. México es el cuarto país con menor participación económica de las mujeres en América Latina .
Uno de los principales retos es la baja representación de mujeres en puestos de liderazgo. De acuerdo con el IMCO y Kiik Consultores, aunque el 43% de la plantilla laboral está conformada por mujeres, su presencia disminuye a medida que se asciende en la jerarquía corporativa. Sólo el 4% ocupa una dirección general, y en los consejos de administración, la presencia femenina es del 13%, muy por debajo del promedio mundial del 30%.
El techo de cristal –término que se refiere a las barreras que impiden a las mujeres acceder a puestos de alta dirección o responsabilidad– es una de las principales barreras para el liderazgo femenino. Según Women in Business de Grant Thornton, solo el 29% de los puestos directivos en el mundo son ocupados por mujeres. A pesar de un avance de 10 puntos porcentuales en los últimos 16 años, la desigualdad persiste .
El techo de cemento, por otra parte, representa otro obstáculo, pues se trata de las limitaciones autoimpuestas por las mujeres, derivadas de cargas familiares desproporcionadas y del llamado síndrome del impostor.
El anhelado estado bienestar, esa plenitud que todos perseguimos, se ve comprometido bajo el peso de la desigualdad de género. Los Indicadores de Bienestar Autorreportado (BIARE 2024) revelan que el balance anímico de las mujeres se sitúa en un 6.1, mientras que el de los hombres alcanza un 6.4. Esta diferencia, aunque sutil, es un eco de las cargas invisibles que soportan las mujeres: responsabilidades familiares desproporcionadas, barreras invisibles en el ascenso profesional y una persistente discriminación que erosiona la confianza y el sentido de pertenencia.
Las cifras, frías pero reveladoras, pintan un panorama de subrepresentación y desequilibrio. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) nos recuerda que la participación femenina en la economía remunerada es un modesto 46%, contrastando con el robusto 77% de los hombres. Esta disparidad no es sólo un número; es un reflejo de realidades donde el tiempo, las oportunidades y el reconocimiento se distribuyen de forma desigual. Y es importante entender que esta disparidad no se trata solamente de numeros, pero tambien se ve reflejada en el bienestar mental de las mujeres.
Lo que sucede a nivel bienestar en los centros de trabajo cobra un matiz interesante. De acuerdo con los resultados de la medición Factor Wellbeing, 2024, que elabora el Instituto de Ciencias del Bienestar Integral de la universidad Tecmilenio, que incluye la opinión de más de 120,000 colaboradores, las mujeres reportan un nivel más alto de interés genuino del líder por su bienestar y por reconocer sus fortalezas. Sin embargo, los hombres encuestados refirieron un mayor nivel de bienestar en cuanto a tener redes de apoyo en la empresa, que al final es un elemento fundamental para crecer en una organización.
Es menester señalar que, pese a ciertos avances, como lo demuestran los datos de Factor Wellbeing 2024, que indican una mayor percepción de interés genuino por parte de los líderes hacia el bienestar femenino, persisten carencias fundamentales. Las mujeres, a menudo, sienten una falta de valoración profesional y carecen de redes de apoyo sólidas en sus entornos laborales. Esto evidencia que el problema va más allá de la mera comunicación; requiere un cambio cultural profundo.
La transformación real exige acciones concretas: programas de mentoría que trasciendan la mera conversación, planes de desarrollo con perspectiva de género que rompan los moldes tradicionales, y una cultura laboral que celebre la diversidad y la equidad. Solo entonces, el bienestar femenino dejará de ser una deuda pendiente y se convertirá en una realidad tangible, un pilar de una sociedad verdaderamente transformada.
Las mujeres -según los hallazgos de Factor Wellbeing- tienen menor posibilidad de decidir sus actividades y menor tiempo para realizar acciones o convivir con personas al salir del trabajo. Son, incluso, las personas que menos sienten que se les cuida, que son tratadas con igualdad o que sus actividades son consideradas importantes.
Para fomentar un verdadero bienestar y desarrollo de las mujeres se necesitan acciones de comunicación efectiva, escucha asertiva, desarrollar programas de mentoría continua y planes de desarrollo que incluya fortalecer las conversaciones de carrera.
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Nota del editor: Rosalinda Ballesteros es Directora del Instituto de Ciencias del Bienestar Integral Tecmilenio. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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