Hoy quiero hablar de un tema que me afecta como profesional y como mujer: la salud mental en el trabajo. No es una moda ni una conversación casual en la oficina; es una realidad compleja que enfrentamos las mujeres todos los días.
Trabajadoras ante el reto de la salud mental

Muchas de nosotras hemos dicho, más de una vez: “Estoy agotada, pero no puedo detenerme”. Trabajar siendo mujer implica una doble exigencia: demostrar capacidad y, al mismo tiempo, lidiar con expectativas que no pesan igual sobre nuestros colegas hombres. Cargamos con la culpa de llegar tarde a casa, de no estar presentes en las tareas escolares de los hijos, si es que los hay, de no cumplir con la imagen de la profesional perfecta, la madre dedicada y la cuidadora impecable. El agotamiento mental no es solo consecuencia del trabajo, sino de una estructura cultural y social que nos sobrecarga y luego nos juzga por no poder con todo.
Es cierto que cada vez más empresas hablan de salud mental, pero pocas consideran nuestras distintas realidades. Diseñan programas genéricos sin abordar los factores estructurales, culturales y emocionales que nos afectan: la brecha salarial, la carga de trabajo no remunerado, los estereotipos de género e incluso, los cambios hormonales.
Puedo afirmar, convencida, que no sólo hablamos de estrés laboral, sino de una sobrecarga emocional que puede derivar en ansiedad, frustración y depresión. La exigencia de encajar en entornos laborales que no nos incluyen genera un desgaste que puede impactar nuestra productividad, compromiso y creatividad.
Solución debe darse de raíz
Muchas organizaciones abordan la salud mental con talleres o conferencias. Y no me malinterpreten, esto, claro que ayuda, pero no resuelven el problema de raíz. La solución es estructural: necesitamos una cultura organizacional que integre la salud mental con perspectiva de género, desde la contratación pasando por el desarrollo profesional y hasta que las mujeres decidamos concluir la etapa laboral.
Más que una prerrogativa, es un derecho. Aun así, pocas empresas reconocen que las mujeres, en su mayoría, tienen una carga extra de cuidados que se empalman con los retos profesionales. Las estrategias de flexibilidad deben contemplar esta realidad para que productividad y bienestar no sean conceptos excluyentes y utópicos.
No jugamos en igualdad de condiciones. Y no basta con iniciativas dirigidas a las mujeres; se requieren políticas que reconozcan cómo la desigualdad de género impacta nuestra salud mental. La presión por demostrar fortaleza en entornos que invisibilizan nuestras necesidades es desgastante. Muchas mujeres líderes enfrentan el Síndrome del Impostor porque las estructuras siguen siendo masculinas. Ocupar esos espacios implica un doble desafío: demostrar competencia y desafiar un entorno excluyente.
La salud mental no se soluciona con respuestas al vapor, necesitamos ambientes inclusivos y líderes dispuestos a escuchar. La equidad de género no es un discurso, es una práctica diaria. Flexibilidad horaria, programas adecuados de salud mental que contemplen las distintas realidades de las mujeres y entornos seguros no son un lujo, son una necesidad.
Por todo ello, ante la pregunta que las empresas ya comienzan a hacerse sobre ¿Cómo hacer para que las trabajadoras alcancen un bienestar integral y, con ello, sean más productivas, propositivas, eficientes y comprometidas con el equipo? La salud mental con perspectiva de género es la única respuesta.
Finalmente, no quiero, ni estoy dispuesta a resignarme a que la inequidad sea la norma. Las organizaciones deben dejar de ver la salud mental como una moda y asumirla como una responsabilidad compartida. Necesitamos espacios donde la carga no recaiga siempre sobre los mismos hombros, donde pedir ayuda no sea un riesgo, ni una señal de vulnerabilidad, y donde podamos construir carreras sin que nuestra salud mental sea el precio a pagar.
En el Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo, las empresas tienen la oportunidad de aportar más que retórica: pueden generar cambios reales. Escuchar a las mujeres no es solo un gesto simbólico, es el primer paso para construir espacios laborales equitativos y sostenibles. La salud mental con perspectiva de género no es un lujo ni una tendencia; es una necesidad urgente que debe ser atendida con acciones concretas y compromiso.
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Nota del editor: Yunue Cárdenas es CEO de Menthalising. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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