El 2 de junio de 2024 será recordado como el día en que una mujer llegó a la presidencia de México por primera vez. En un escenario político donde la equidad de género se ha forzado mediante cuotas obligatorias, la presencia de una mujer en la silla presidencial puede parecer una gran conquista en términos de equidad. Pero, ¿realmente lo es?
¿Quién va a barrer los vidrios del techo de cristal que rompimos el 2 de junio?
Algo que a menudo se olvida en las conversaciones sobre equidad es que no todas las mujeres enfrentan las mismas violencias ni desigualdades. Factores como la educación, el nivel socioeconómico, el contexto familiar e incluso los valores y la misión de la empresa en la que trabajamos, se entrelazan en nuestras vidas. Estas circunstancias pueden ser un trampolín o un obstáculo en nuestras carreras profesionales y en nuestro camino por alcanzar la equidad.
Es importante tener presente que la lucha de una no siempre refleja la lucha de todas. Asumir que las problemáticas de género son algo tan sencillo de explicar que se resume en generalidades es ignorar la diversidad de experiencias y desafíos que enfrentamos las mujeres. La verdadera equidad debe reconocer y abordar estas diferencias, entendiendo que cada mujer tiene una historia única y compleja. Solo así podemos avanzar hacia una justicia que incluya a todas, sin excepciones ni simplificaciones.
¿Y todo esto qué tiene que ver con el 2 de junio? Que si bien en términos generales ver a una mujer en la figura presidencial es alentador, esto no necesariamente implica que el país tendrá prácticas de mayor equidad e inclusión.
Para que este hecho se traduzca en un verdadero avance hacia la equidad, es necesario un compromiso genuino con la justicia social, la inclusión y la igualdad en todos los niveles del gobierno y la sociedad. Sin acciones concretas y sostenidas, la imagen de una mujer presidenta podría quedar en un mero símbolo sin impacto real en la vida cotidiana de las mujeres.
El lado B
Pero hay un lado B en esta historia. Existen actores con el potencial de generar un cambio real y sostenido: las empresas. A través de prácticas concretas como garantizar el mismo salario para hombres y mujeres en el mismo puesto, ofrecer permisos de maternidad y paternidad equitativos, implementar y hacer cumplir protocolos de erradicación de la violencia de género, mantener una política de cero tolerancia al acoso sexual y el hostigamiento, y promover activamente el liderazgo femenino, las empresas pueden ser verdaderos motores de transformación.
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Estas medidas no sólo son justas, sino que también son fundamentales para crear entornos laborales equitativos e inclusivos. La lista de acciones que pueden implementar es extensa, pero cada paso es vital para desmantelar las barreras que impiden la plena participación y el desarrollo de las mujeres en el ámbito laboral.
Recordemos que muchas de las violencias ocurren en contextos donde las mujeres no pueden acceder a mejores condiciones laborales para mantener a sus hijos, familiares o el hogar. Por eso, el trabajo equitativo es fundamental para desmantelar muchas de esas violencias estructurales e impulsar el empoderamiento de las mujeres. Un entorno laboral justo no solo mejora su calidad de vida, sino que también ataca de raíz las desigualdades que perpetúan su vulnerabilidad.
Hoy en día, vemos a mujeres en puestos de liderazgo que están transformando la mentalidad de las empresas. Aunque algunos insisten en que el liderazgo no tiene género, la realidad es que ellas están impulsando cambios significativos y positivos dentro de las organizaciones. Su enfoque en la empatía, la colaboración y la inclusión está redefiniendo lo que significa liderar.
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Estas mujeres poderosas están demostrando que el liderazgo de la nueva era se escribe con “M” de mujer y que no solo es viable, sino necesario para el progreso y la innovación en el mundo empresarial. Su impacto no puede ser subestimado; están abriendo caminos y creando un futuro más equitativo para todas y todos.
Aunque las esperanzas de cambio radical con una presidenta puedan parecer pocas, hay un hecho innegable: cada vez que una niña diga que quiere ser presidenta o líder, sus posibilidades de lograrlo serán significativamente mayores. Este avance es una victoria que no debemos subestimar.
Depende de nosotras allanar el camino para que las futuras generaciones de mujeres encuentren un horizonte más brillante y lleno de oportunidades. Debemos ser arquitectas de un futuro donde la igualdad no sea un ideal distante, sino una realidad tangible. ¡Hagámoslo posible!
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Nota del editor: Joselyn Castro es Líder del Proyecto Apolo Mujeres. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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