Desde que vamos a la escuela nos meten en la cabeza que no somos lo suficientemente buenas: las mujeres no son buenas en matemáticas, ni en finanzas, ni en deportes, ni en tecnología. Superas esas barreras y llegas al campo laboral para que estos sermones se vuelvan a repetir, pero ahora acompañados de una pizca de acoso, más misoginia y el techo de cristal.
Tuve jefes y compañeros que me desestimaron, sin darme el beneficio de la duda, vi al más obtuso de mis compañeros ascender porque le caía bien al jefe, o peor aún, porque a mi jefa le parecía agradable. Luego de algunos años aprendí que si quería que me tomaran en serio tenía que trabajar más duro que los otros, ser mejor que los otros y ser más inquebrantable que los otros. Aprendí, como muchas otras mujeres, que tienes que probarle a los demás tus capacidades, con resultados impecables y sin fallar una sola vez ¿Qué presión, no?
Recuerdo a mi primera jefa con un dejo de admiración y miedo. Una mujer sumamente poderosa que ejerció un liderazgo poco amigable, “del terror”, le decía ella y era cierto. Era imponente y enérgica, en ese momento no lo entendí, pero me di cuenta de que para que las personas la tomaran en serio tuvo que convertirse en una “mujer de acero”.
El ámbito laboral no es amigable con nosotras. Si somos amables se nos tacha de falta de carácter; si somos serias, nos dicen amargadas, si buscamos resultados somos demasiado ambiciosas. Parece que sea cual sea la respuesta, estamos mal.
Las múltiples caras de la violencia laboral
Mi jefa era conocida en los pasillos de la empresa como “la loca” (¿ves la violencia aquí?); sin embargo, sus resultados eran admirables, pero más admirable aún que un jefe de menor rango que ella era un acosador en toda la extensión de la palabra y un líder poco efectivo, pero nunca escuché que las personas lo juzgaran con la misma dureza que a ella.
Parece que el sistema nos quita la confianza desde temprana edad, nos exige ser perfectas, y sin importar nuestros resultados, nos juzga y desestima; pero para ellos no, a ellos les abre las puertas que nos cierra a nosotras.
Ahora pienso, si mi jefa hubiera sido hombre, ¿le hubieran llamado “el loco”? Estoy segura que no. Dirían: es exigente, es perfeccionista, lo disculparían con cosas como: es que tiene mucha presión o está muy ocupado. Nunca hablaría de su ropa o de su corte de cabello, ni dirían que debería teñirse el pelo o inyectarse bótox porque luce viejo, mucho menos bromearían diciendo que necesita “un calmante”.
La violencia para nosotras tiene muchas caras, se hace visible incluso cuando ocupamos posiciones de liderazgo, se hace visible en la calle y en las casas y nos pone trabas cada vez que queremos un futuro prometedor.