- Es trascendente: te permite identificar que lo que haces no solo tiene un beneficio para ti sino también genera un impacto positivo en la vida de otras personas.
- Te pone en flow: me refiero a que con frecuencia logras estados mentales en los que te enfrentas a actividades que te retan, son difíciles y requieren esfuerzo, pero estás dispuesta a poner tus habilidades en acción para llegar al objetivo.
- Es episódico: estás consciente de que hay tareas en tu trabajo que son francamente aburridas y monótonas, pero se compensan con otras que te llenan de energía porque te permiten poner tus fortalezas en acción y al servicio de los demás. Para mí, por ejemplo, los aspectos administrativos y fiscales de mi negocio no me hacen nada de ilusión, pero cuando termino de impartir un taller y una de las participantes me agradece todo lo que descubrió con las experiencias que vivió en él, siento que mis esfuerzos depositados en cada tarea se unen y mi trabajo tiene todo el sentido.
- Disuelve la división entre lo personal y lo profesional de manera positiva: se refiere a que, a nivel de valores, tus acciones en el ámbito personal y en tu vida laboral son similares. Es cuando la cultura de tu empresa te hace tanto sentido que en tu vida personal actúas a partir de los mismos valores. Esta característica evita que tu vida esté dividida en “cajitas” en las que se espera que en lo profesional te comportes de una manera distinta que en lo personal.
Tener la fortuna de contar con un trabajo con propósito ayuda a que encuentres una conexión auténtica entre tu trabajo y un sentido de vida más amplio y trascendente. Algo que va más allá de ti misma.
En particular, para las mujeres que no tenemos hijos la vida laboral puede ser una gran articuladora de sentido e identidad.
En aquellos años en los que intenté ser mamá y no lo logré, recuerdo que mi trabajo se convirtió en un gran salvavidas que me ayudaba a enfocar mi energía en algo positivo y me alejaba de colocarme en el papel de víctima.
Saberme eficaz y productiva laboralmente me ayudaba a sobrellevar miedos existenciales que me quitaban el sueño: “sino seré mamá, entonces ¿quién seré? ¿qué me dará identidad?”. Temores alimentados por una cultura basada en un ideal hegemónico maternal que establece que ser mamá es el rol más importante que una mujer puede experimentar; y dicho sea de de paso, lamentablemente este discurso plantea que solo hay un tipo de maternidad: el de la madre perfecta (con precios a pagar bastante injustos, por cierto).