Las mamás son muchas veces las embajadoras encargadas de visibilizar que hay una vida después del trabajo.
Existe una cultura laboral basada en celebrar la productividad a costa de cualquier precio. En la plática cotidiana alguien dice “me dormí a las dos de la mañana mandando cotizaciones” y otra persona responde “¡ah! Te fue bien. Yo por hacer los reportes, ya ni dormí; vengo en vivo”. La intención es que todos alabemos la fórmula: el nivel de ojeras es directamente proporcional al compromiso de la persona con su trabajo.
Somos la sociedad de las frases empoderadoras de Facebook: “nosotras podemos con todo y más”, “no puedes rendirte, si lo haces eres como todas las demás” que nos seducen presentando el éxito basado en la autoexplotación.
Siendo dueña de tu propio negocio no tienes un jefe que te exija, eres tú quien siguiendo metas extrínsecas te obligas a ser capaz de todo y de hacer posible lo imposible convirtiéndote en la más exigente y cruel de las jefas.
La pandemia trajo el triunfo del online. Ahora, hay que estar 24/7 conectadas y disponibles en nombre del desempeño, la velocidad y la rentabilidad.
El precio a pagar es la inexistencia de tiempo para ti.
Así que cada vez que una mamá solicita consideración hacia sus necesidades para tener tiempo con sus hijos, nos recuerda la importancia de que no todo es trabajo y hay que destinar tiempo para otros ámbitos de nuestra vida.
La consideración hacia las necesidades particulares de las personas del equipo es esencial para generar lealtad y compromiso.
Ya que estamos en temas de consideración, déjame compartirte un caso que nos sirva de anti-ejemplo. Iba a poner el nombre de alguien, pero para que no haya ofensas imaginemos que soy yo. Este es el caso de Adri.