Aunque la noticia fue poco agradable, lo verdaderamente delicado fue la manera en que el sistema me enfrentó a ella.
Sentada en una silla, con los brazos atados y la mama derecha aplastada durante más de 13 minutos, rodeada de seis personas que no mostraron empatía, entendí que el procedimiento estaba diseñado para confirmar o descartar cáncer, pero lejos de cuidar la dignidad o la salud emocional de la paciente.
Sí, la biopsia cumplió su cometido, pero también me dejó una herida invisible: la certeza de que, aún en la revolución tecnológica que vivimos, se trata a las mujeres como cuerpos a examinar y se olvida que somos personas por cuidar.
Este vacío de humanidad contrasta con la magnitud del problema. En México, durante 2023 murieron más de 8,000 mujeres por cáncer de mama, lo que representa casi una de cada 10 defunciones por tumores malignos en la población adulta. Y lo más grave: aunque cada año se diagnostican cerca de 24,000 casos nuevos, solo el 15% se detecta oportunamente.
Lo anterior significa que la mayoría de las mujeres, al igual que yo, llegan a una biopsia cargadas de miedo, sin certezas, enfrentando procedimientos invasivos que suman angustia al dolor físico. Y esto, sin tomar en cuenta la inversión, donde con “suerte” se cuenta con una afiliación en alguna institución de salud y si no, los costos superan los dos salarios mínimos del país.
Como profesional involucrada en el sector salud e hija de un médico, sé que hay estudios que son necesarios, pero también sé, que la salud es bienestar integral y este depende tanto de la ciencia como del trato que damos.
No podemos normalizar que un estudio preventivo termine siendo una experiencia traumática. Menos aún en un país donde el riesgo de que una mujer enfrente cáncer de mama en algún momento de su vida es de 13%.
En un mundo donde ya exploramos Marte, donde los autos se conducen solos y la inteligencia artificial resuelve en minutos lo que antes tomaba meses, ¿por qué seguimos sometiendo a las mujeres a procedimientos tan agresivos?