En México conviven 68 pueblos indígenas con rasgos, tonos de piel y constituciones físicas que narran milenios de historia. Sin embargo, las pantallas de nuestros teléfonos cuentan otra historia: la de cuerpos blancos y extremadamente delgados, que poco tienen que ver con la realidad de las mujeres mexicanas. Esta imposición digital está teniendo consecuencias negativas en la salud mental y física de nuestras adolescentes.
Cuando las pantallas borran la diversidad

Según datos de Statista, las jóvenes mexicanas de entre 16 y 24 años pasan casi tres horas diarias en redes sociales, donde el 30.8% sigue a influencers que promueven imágenes de cuerpos sometidos a dietas y ejercicios extremos. Lo señala el más reciente reporte de Ola Violeta, “Cuerpo de bikini: la pesada carga de la prenda más pequeña”: estamos ante un fenómeno que va más allá de la vanidad, es la colonización digital de nuestros estándares de belleza.
La escritora feminista Naomi Wolf describió esta contradicción: mientras las mujeres han ganado espacios de poder y reconocimiento, “con respecto de cómo nos sentimos acerca de nosotras mismas físicamente, puede que estemos peor que nuestras abuelas no liberadas”. En México, este fenómeno se agrava por la idealización de la silueta europea, una totalmente opuesta a la fisionomía de las mujeres de este país.
La Secretaría de Salud reporta que 25% de adolescentes en México padece algún Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), con una proporción preocupante: por cada hombre afectado hay 10 mujeres que los sufren. Este dato cobra mayor relevancia cuando entendemos que las redes sociales bombardean a nuestras jóvenes con publicidad dirigida específicamente a ellas: en Instagram, el 53.5% de la audiencia publicitaria son mujeres, muchas expuestas a imágenes que niegan su propia realidad física y cultural.
El problema no es solo estético, también es político. Cuando una joven otomí, zapoteca o mestiza se mira al espejo tras horas de consumir contenido que exacerba la blancura y la delgadez extrema, no solo está cuestionando su apariencia, está negando su herencia, su historia, su lugar en el mundo. Lamentablemente, son los algoritmos, en su mayoría diseñados en Silicon Valley, Estados Unidos, los que definen qué es ser bella en Oaxaca, Chiapas o Yucatán.
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En este sentido y para generar nuevas narrativas que permitan deconstruir los estereotipos de belleza, resuena la voz de la activista Fernanda Islas, quien comparte su testimonio en el reporte de la organización feminista; la suya es una historia de terror y de amor al mismo tiempo. No era ni mayor de edad cuando se sometió a su primera cirugía estética y en uno de los intentos por parecerse más a lo que la sociedad dicta casi pierde la vida; ahí, pudo reencontrarse con ella y valorarse en su propia belleza. Hoy, su caso inspira a miles de mujeres atravesadas por la misma violencia simbólica.
La solución no es rechazar la tecnología, sino hacernos conscientes de lo que vemos en ella. Necesitamos crear contenido que celebre la diversidad de cuerpos mexicanos y reivindique el valor de la salud como pilar de nuestra conciencia corporal. Sólo así podremos combatir los TCA que acechan, particularmente, en verano a las adolescentes y mujeres.
La belleza mexicana existe y es poderosa. Solo necesitamos dejar de buscarla en pantallas diseñadas para hacernos creer que somos insuficientes, y empezar a encontrarla en el espejo de nuestra propia historia. Esas sí que son unas merecidas vacaciones para nuestro Ser.
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Nota del editor: María Elena Esparza Guevara es fundadora de Ola Violeta A.C. Doctoranda en Historia del Pensamiento por la UP y egresada del Programa de Liderazgo de Mujeres de la Universidad de Oxford. Síguela como @MaElenaEsparza Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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