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Gentrificación, entre el brillo del progreso y la sombra del despojo

Una ciudad no solo se mide por sus nuevos edificios, por su modernidad o su oferta gastronómica gourmet, sino por su memoria, su gente y su capacidad de crecer sin olvidar a quienes la construyeron.
mié 27 agosto 2025 06:01 AM
gentrificacion
¿Debemos celebrar la gentrificación como una forma de elevar el nivel de vida en ciertos barrios, y para quienes tiene la posibilidad de costearlo? O ¿debemos criticarla, satanizarla y desdeñarla por su capacidad de borrar identidades, expulsar comunidades originarias y reemplazar cultura viva por estética superficial?, plantea Verónica Salame.

Saludos amigas y amigos. Les saluda nuevamente su amiga cincuentona. En esta ocasión les traigo un tema controversial, crudo y para muchas y muchos, doloroso. Un tópico incómodo que actualmente aqueja a nuestra querida CDMX y a sus habitantes: la gentrificación.

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Primero lo primero; esta palabra, gentrificación, no se escuchaba cuando yo tenía tu edad (si eres millennial, generación x, centenial, etc), ni cuando tú tenías la mía (boomers, generación silenciosa). Y si, parece uno de esos modismos acuñados en alguna junta de mercadotecnia hipster, pero en realidad viene del inglés gentrification y se refiere a cuando un barrio tradicionalmente humilde o de clase trabajadora, comienza a recibir inversión, remodelaciones, cafés de autor, galerías de arte, tiendas de alta gama, y de pronto, ¡boom!, se pone de moda. Pero ojo, no todo lo que brilla es oro.

Para comprender el fenómeno y entrarle al debate, es esencial conocer ambas caras de la moneda. En el lado positivo (sí, lo tiene), la gentrificación puede significar mejoras en la infraestructura, calles pavimentadas, reactivación económica, mayor seguridad, alumbrado público, áreas verdes y una vida renovada para zonas olvidadas. También puede generar empleos, turismo, experiencias y oportunidades para quienes están dispuestos a subirse a ese tren.

Para muchas personas jóvenes o familias que quieren “mejorar su entorno sin salir del centro”, es una alternativa real: vivir en barrios con historia, alma y mejor calidad de vida.

Hay quienes ven esta dinámica como una posibilidad de renacer, de tomar lo antiguo, lo clásico y hacerlo nuevo sin perder su esencia. Y eso, si se hace con respeto, puede ser hermoso.

Pero, ¿qué pasa con la gente que generacional y ancestralmente vivía ahí? Aquí es donde el tema se empieza a complicar.

La gentrificación no llega sola; viene con aumentos de renta (y de impuestos, por supuesto), elevados costos de servicios, construcción de lujosos condominios, demolición de casas viejas, desaparición de negocios tradicionales, y vecinos de toda la vida que ya no pueden pagar los nuevos precios. Las tortillerías se convierten en tiendas de quesos importados; el mercado se transforma en un food hall, y la señora Lupita, que lleva vendiendo tamales desde hace más de 40 años, se ve desplazada porque ahora hay un brunch vegano que le triplica el alquiler del local.

Desde mi perspectiva, la gentrificación puede ser vista como una especie de colonización moderna, donde el progreso avanza, la economía (de algunos) prospera, pero dejando a muchos fuera de la ecuación.

Entonces, amigas y amigos, el dilema está listo y se sirve frío. El debate, caliente. ¿Debemos celebrar la gentrificación como una forma de elevar el nivel de vida en ciertos barrios, y para quienes tiene la posibilidad de costearlo? O ¿debemos criticarla, satanizarla y desdeñarla por su capacidad de borrar identidades, expulsar comunidades originarias y reemplazar cultura viva por estética superficial?

No vengo a darte una respuesta definitiva ni a fijar una postura, pero sí a invitarte a que mires tu ciudad con otros ojos. Pregúntate: ¿a quiénes funciona este cambio? ¿a quiénes deja atrás? ¿qué historia se está contando y cuál se está olvidando?

Porque una ciudad no solo se mide por sus nuevos edificios, por su modernidad o su oferta gastronómica gourmet, sino por su memoria, su gente y su capacidad de crecer sin olvidar a quienes la construyeron con sus manos, con su esfuerzo, con su historia…con su vida.

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Ahí yace el verdadero reto: que la transformación no signifique despojo, que el progreso no borre raíces, y que el mañana no se construya sobre el desalojo del ayer. Porque las ciudades que olvidan su pasado, terminan perdiendo su alma.

Les mando saludos y nos leemos como siempre, antes de lo que nos imaginamos.

Tu amiga cincuentona.

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Nota del editor: Verónica Salame (Instagram @veronica_salame) es una activista social en pro de la igualdad de género, impulsora del proyecto MuXejeres. Miembro del Women International Zionist Organization (WIZO), ex presidenta de la mesa de consejo de Children International. Actualmente es directora de relaciones públicas de la Asociación Mexicana de Mujeres Jefas de Empresa (AMMJE). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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