Amnistía Internacional ha alertado sobre las intersecciones de vulnerabilidad para infancias, mujeres y adultas mayores ante las catástrofes naturales. Tras analizar desastres en 141 países, ONU Hábitat ofrece un dato inquietante: las niñas y mujeres tienen 14 veces más probabilidades de morir que los hombres debido a las desigualdades estructurales que las aquejan en cuanto a derechos sociales y económicos. Incluso en países desarrollados y con menores brechas de género se registran resultados similares. Dos ejemplos de este siglo: las principales víctimas mortales de la ola de calor que azotó a Francia en 2003 fueron adultas mayores y el huracán Katrina, en Estados Unidos, afectó principalmente a madres afroamericanas.
“La naturaleza de género de los desastres naturales”, un estudio publicado por la London School of Economics, sostiene que las diferencias biológicas y fisiológicas entre ambos sexos no alcanzan para explicar la diferencia en tasas de mortalidad; las normas sociales y roles de género subyacen a los motivos, aunque la situación socioeconómica de las mujeres es el factor determinante. Y entre mayor sea la calamidad, mayor es también el impacto en la reducción de la expectativa de vida femenina.
Ante esa prospectiva nos coloca el huracán Otis, el más dañino huracán que se haya registrado en la historia moderna en el, paradójicamente, Océano Pacífico. Y es indispensable visibilizar en la agenda pública que la emergencia no se limita a la reconstrucción del atractivo turístico del puerto que guarda algunos de nuestros mejores recuerdos como mexicanos, sino también atender la emergencia con perspectiva de género y priorización de las infancias.
Después de un desastre, la vulnerabilidad de niñas y mujeres frente a la violencia familiar y sexual también aumenta, de acuerdo con ONU Mujeres, y en términos de nutrición Oxfam alerta sobre las “jerarquías de alimentos” que colocan a estos grupos en aún más profunda exclusión. Todo esto está entrecruzado con el rol de cuidadoras que por mandato de género se le asigna al sexo femenino, desde los primeros años de vida: recoger la mesa, limpiar la casa, cocinar, ver primero y siempre por los demás antes que por una misma. Es un cóctel peligroso.
En términos de salud mental, hay miedo, culpa, depresión, ansiedad y estrés postraumático que, al no ser prioritarios para una persona tratando de sobrevivir, simplemente se vuelven parte de lo normal… de la nueva forma de ser tras una tragedia ambiental. Resignación y falta de acceso a derechos son una mala combinación.
Frente a esta nueva realidad destacan, además de las acciones emprendidas por el Gobierno de México y ciudadanía organizada, la respuesta que ha puesto en marcha Save the Children en su capítulo mexicano, que bajo el persistente liderazgo de Maripina Menéndez, ofrece respuesta humanitaria con monitoreo, evaluación y apoyo a través de transferencias monetarias, kits de vivienda e higiene, así como alimentos nutritivos, para restablecer, de manera prioritaria, el acceso a los derechos superiores de la infancia.