A pesar de que en un principio prometieron respetar sus derechos dentro de los límites de la ley islámica o sharia, los talibanes las han ido excluyendo de la vida pública, al igual que a las niñas. En los último tres años, las mujeres y niñas afganas, que en 2024 representan casi la mitad de la población (49.54%), han enfrentado crecientes prohibiciones en áreas cruciales de la vida pública y privada. Por ejemplo, han quedado fuera del mercado laboral, relegándolas a las labores domésticas, y solo un número limitado de doctoras y enfermeras tienen permitido trabajar en ciertos hospitales de Kabul, la capital, para atender a mujeres y niñas, y siempre y cuando no puedan ser reemplazadas por hombres.
También, tienen prohibido el acceso a la enseñanza superior. Al principio, se impuso una segregación por sexos, dividiendo a mujeres y hombres, pero a finales de 2022, un decreto emitido por el Ministerio de Educación afgano impidió a las mujeres de 12 años en adelante a acudir a la escuela. Una de las consecuencias de esto es que, en 2024, de acuerdo con la ONU, el 80% de los niñas en edad escolar permanecen en casa sin estudiar, lo que equivale a casi 2.5 millones de niñas en el país privadas de su derecho a la educación. La misma organización advirtió que los talibanes han prácticamente “aniquilado” dos décadas de avances constantes de la educación en Afganistán, poniendo en peligro el futuro de toda una generación.
Ya sería suficiente para hacer escándalo cotidiano mundial, ¿no? Pues seguimos.
Otra restricción impuesta, ahora por el Ministerio de Prevención del Vicio y Promoción de la Virtud del talibán, es que deben estar cubiertas desde la cabeza hasta los pies, incluido el rostro, para evitar provocar tentaciones a los hombres. Antes, hace 20 años, las mujeres que así lo desearan podían solo llevar un velo sin cubrir el rostro. Hoy, tampoco pueden salir de casa, desplazarse en taxi o autobús, a menos que estén acompañadas por un mahram, es decir un hombre de parentesco cercano como padre, hermano o marido.
Elegir con quién se casan y cuántos hijos quieren tener, ser vistas en fotografías, en balcones o ventanas, hacer deporte, salir a protestar o acudir a un salón de belleza (que también están obligados a desaparecer en un menos de un mes) queda estrictamente prohibido para ellas. Atreverse a esas “ofensas” puede ser castigado con azotes, palizas y abusos verbales.
Hace apenas unos días, el Gobierno de facto de Afganistán ratificó una ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio que condena el sonido en público de la voz de las mujeres como una falta contra la modestia, convirtiéndolas así en “sombras sin rostro ni voz”, en palabras de ONU Mujeres.
Este sistema ultraconservador de los talibanes, que oprime, segrega e inhabilita a las mujeres, haciéndolas vivir en lo que ONU, Amnistía Internacional y otras organizaciones denominan “apartheid de género” y colocando a Afganistán como el país más represivo del mundo —lugar 177 de 177 naciones incluidas— con respecto a los derechos de la mujer, según el Women Peace and Security Index 2023/24, se escuda detrás de la religión islámica.
Y es que en 1996, los talibanes, provenientes de zonas rurales de la provincia de Kandahar, en el corazón de la etnia pashtún en el sur del país, llegaron al poder con una visión del mundo profundamente retrógrada, misógina y patriarcal, imponiendo su propia y estricta interpretación del Corán en la que el papel de las mujeres quedó prácticamente anulado. Esta visión volvió a resurgir en cuanto las tropas estadounidenses se retiraron.