El verano terminó y aunque todos pueden relacionar este periodo con sol, mar y risas, para las mujeres trabajadoras de nuestro país es una historia completamente diferente. Hablemos sobre el doble trabajo que desempeña un enorme porcentaje de nuestra población: las mujeres, que son poco vistas pero que mantienen el rumbo del día a día con acciones minúsculas y hasta las acciones más complejas.
El enemigo silencioso de la salud mental de las mujeres
En periodos vacacionales, los niños corren por la casa llenos de necesidades afectivas, físicas y emocionales y, mientras tanto, junto a ellos hay una mamá desesperada, llena de necesidades básicas como descansar, comer o darse un baño sin ser interrumpida, una mamá que debe preocuparse por resolver quién cuidará de sus hijos mientras ella cubre ocho horas laborales (en el mejor de los casos) en un lugar de trabajo que, en muchas ocasiones, le queda a una hora de distancia de su casa.
La participación económica no se detiene con las clases en el colegio y las necesidades de cuidado incrementan. Podríamos pensar que esto pertenece únicamente a mujeres que no tienen el apoyo de una pareja en el hogar, sin embargo, debido a la cultura machista, las mujeres deben hacerse cargo de la casa, el trabajo y el esposo de forma proporcional y sin distinciones, de manera que se convierte en una máquina de hacer y dar resultados, y deja de ser una persona que necesita, siente y respira igual que todos los demás.
Es increíble notar que las mujeres en nuestro país han llegado al nivel en el que “gana” la que hace más, la que siente menos y la que pierde el valor de poner límites y decir “no puedo”.
Actualmente existe una competencia por ser la que mejor cuida, la que mejor gana, la que más pelea y la que más resiste, y es importante cuestionarnos ¿hasta cuándo seguiremos en guerra dentro de nuestras propias casas y trabajos para poder gozar del derecho a ser vistas?
Hoy estamos frente a una realidad en la que una mujer que es madre pierde dinero cuando decide salir a trabajar, ya que necesita apoyo y ese apoyo cuesta. Estamos inmersos en una realidad en donde la cultura de cuidados sigue perteneciendo a las mujeres prácticamente de forma total, porque “somos mejores”, dicen, cuando la realidad es que somos las únicas que, sometidas a la indiferencia, el abuso y la violencia, hacemos más de un trabajo al día con una remuneración limitada o, peor aún, sin pago alguno.
El cuidado de los hijos está lleno de amor y de bondad, de entrega y satisfacciones, sin embargo, no deja de ser un trabajo, un trabajo en donde tienes jefes que no distinguen horarios de comida, pases de salida o visitas al doctor; tienes jefes que requieren atención, guía, calma y respaldo, y la pregunta es ¿cómo puede una mujer ser capaz de entregar algo que no logra conseguir ni siquiera para sí misma?
Existen avances a nivel teórico, pero en la práctica aún existen muchas cosas que cambiar. Las mujeres seguimos esforzándonos día con día para poder ser tomadas en cuenta y que la sociedad pueda ver las desigualdades con las que debemos lidiar, en nuestra vida cotidiana y en las actividades que desempeñamos para sobrevivir y hacer que nuestros hijos sobrevivan también.
Nos dicen que somos más amorosas, tiernas y sensibles y esa ha sido la razón durante años para explotarnos y que trabajemos más, muchas más horas, sin descanso, sin reemplazos y sin reconocimiento.
La decisión de ser madres conlleva, de forma lamentable, la invitación a las empresas a contratar a más hombres que mujeres, ya que ellos no “deben” quedarse en casa y cuidar de sus hijos; no se ven inmersos en conflictos diarios entre la culpa, el enojo y la desesperación al darse cuenta de que deben elegir entre “ser un padre terrible o ser un trabajador deficiente”; no están siendo cuestionados constantemente por su capacidad para continuar desempeñando un trabajo para el cual se han preparado, únicamente porque se convirtieron en papás.
Hoy más que nunca debemos hablar del feminismo con fuerza, con convicción y sobre todo con determinación, por todas aquellas veces que decidieron volvernos invisibles cuando se habla de puestos de importancia en las empresas, cuando se dijo que el trabajo doméstico no es un trabajo, o bien, de todos esos veranos que se viven con una sonrisa en el rostro y la mente y el corazón completamente roto.
Si tú eres una mamá trabajadora y sentiste paz en el momento en que tus hijos volvieron a clases, quiero que sepas que hay una tribu detrás de ti, abrazándote y consolándote para que te sepas humana, reconociendo tu enorme esfuerzo y sobre todo, luchando contigo para que cada palabra de artículos como este cobre un significado que grite ¡libertad! para cada mujer que, como tú y yo, no quiere dejar de existir por el simple hecho de amar a sus hijos.
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Nota del editor: Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a Estela Fabiola Aparicio Fuentes.
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