México se enfrenta a un escenario con importantes desafíos en materia energética: por un lado, nos encontramos con la creciente demanda de electricidad derivada de tendencias como el nearshoring, la cual se calcula que incrementará a una tasa promedio anual de 2.5% en los próximos 15 años.
El impacto de la pobreza energética en las mujeres mexicanas
Y, al mismo tiempo, en los últimos años se ha implementado una política energética que ha obstaculizado la competencia y el desarrollo de proyectos que contribuyen a una transición energética justa y a alcanzar los compromisos climáticos internacionales adoptados por México.
En medio de este complejo entramado persiste un fenómeno que tiene consecuencias sociales, económicas y ambientales significativas que afectan desproporcionadamente a las mujeres, principalmente a aquellas que se encuentran en situación de vulnerabilidad: la pobreza energética.
La pobreza energética se define como la incapacidad de satisfacer las necesidades básicas de energía en el hogar y está estrechamente ligada a la crisis climática y al uso de combustibles fósiles para la generación de electricidad. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) la ausencia de servicios eléctricos se relaciona de manera directa con la pobreza.
Se calcula que más de 790 millones de personas en todo el mundo viven en esta situación. En México, algunos organismos como México Evalúa estiman que al menos 2 millones de mexicanos no tienen acceso a la electricidad ; por su parte, el IMCO ha señalado que 36.7% de los hogares mexicanos sufren pobreza energética, afectando principalmente a aquellos que se ubican en áreas rurales.
Esta falta de acceso afecta especialmente a las mujeres, que son las principales responsables de llevar a cabo las tareas del hogar en México. Según datos del Inegi, las mujeres dedican, en promedio, 30.8 horas a la semana a la realización de labores domésticas y de cuidados, en contraste con las 11.6 horas que dedican los hombres a estas actividades.
Esta brecha se acentúa por la falta de acceso a la energía, pues al no contar con electricidad, las mujeres tienen que dedicar más tiempo a llevar a cabo actividades como la preparación de alimentos, la limpieza del hogar o el cuidado de la ropa y el calzado, entre otras. Esto, a su vez, supone que cuenten con menos tiempo disponible para desarrollar otras actividades que les permitirían acceder a mayores oportunidades de educación o económicas, extendiendo el ciclo de desigualdad.
Además, al no tener acceso a electrodomésticos o estufas de gas o eléctricas, tienen que llevar a cabo sus actividades a través de la quema de leña y otros combustibles fósiles, exponiéndose a la emisión de gases contaminantes, que son nocivos para su salud y generan un mayor riesgo de desarrollar enfermedades respiratorias y cardiovasculares, de acuerdo a cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada año, 3,2 millones de personas mueren prematuramente por enfermedades atribuibles a la contaminación del aire doméstico debido a la exposición a la contaminación del aire en el hogar, resultado de cocinar y obtener calefacción con estufas de biomasa .
Aunado a los problemas de salud pública, la dependencia hacia los combustibles fósiles para generar energía eléctrica tiene graves consecuencias ambientales que contribuyen a la emergencia climática en la que nos encontramos, agravando los efectos de los fenómenos meteorológicos extremos que afectan de manera desproporcionada a las comunidades más vulnerables.
Como hemos visto hasta ahora, la falta de acceso a energía confiable y limpia tiene importantes consecuencias que afectan negativamente la salud, la seguridad y limitan el acceso a oportunidades económicas y educativas para las mujeres.
Ante este escenario, organismos como la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA) han destacado el potencial de las energías renovables y la transición energética justa para atender la pobreza energética y promover una mayor inclusión social y económica.
México tiene un gran potencial para expandir el uso de energías renovables, especialmente eólica, que podría ayudar a reducir la dependencia de los combustibles fósiles y mejorar el acceso a servicios energéticos confiables y asequibles.
Recientemente, la Asociación Mexicana de Energía Eólica (AMDEE) informó que la industria eólica puede añadir hasta 15 Gigawatts (GW) de los 30 GW adicionales de capacidad de generación de energía limpia que se necesitan para cumplir con la meta de generación eléctrica a partir de fuentes limpias al 2030, actualmente en México hay instalados 7,413 GW al duplicar la capacidad instalada no solo se favorece la generación de empleos y la descarbonización de la matriz energética nacional, también se contribuye a reducir las desigualdades asociadas a la pobreza energética.
Es fundamental que México promueva una transición energética justa y sostenible, que garantice el acceso equitativo a la energía limpia para todas las personas, a través de la construcción de una política energética en la que participen todos los sectores, y que incluya la perspectiva de género como un elemento para alcanzar un país más justo y equitativo para nosotras.
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Nota del editor: Daniela Medina es Gerente de Asuntos Públicos, Desarrollo Sostenible y Comunicación de la Asociación Mexicana de Energía Eólica (AMDEE). Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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