Estos casos, representativos del solo 20% que llega a las escalas de más alto nivel en las empresas y los gobiernos de acuerdo con datos de Credit Suisse, nos revelan un fenómeno poco estudiado que va más allá de la retórica de las brechas de género, sean salariales o de liderazgo. Quizá por la visibilización y mediatización acelerada de la agenda de género en los años recientes no ha sido posible poner la realidad a la misma velocidad que los discursos, posicionamientos y hasta estrategias de relaciones públicas emprendidas por algunas de las empresas más influyentes a nivel global.
Ejemplos como el de Ardern nos muestran que no es suficiente con habilitar el espacio público para ser liderado por las mujeres porque mientras no exista un soporte para una sociedad que vive en auténtica igualdad sustantiva, seguiremos viendo el fenómeno aún no nombrado de superar al techo de cristal para caer, por elección o accidente, de regreso en el piso pegajoso donde dominan las condiciones asociadas con nuestra naturaleza biológica, indudable aunque haya algunos feminismos —como el propuesto por Shulamith Firestone— que sugieren sucedáneos tecnológicos y de inteligencia artificial para igualarnos incluso en la más esencial de nuestras diferencias naturales, las capacidades reproductivas.
Recientemente descubrí, como parte de mi investigación doctoral, un texto donde Sarah Borden revisa los efectos del feminismo en las oportunidades universitarias a lo largo de la historia. Traza desde los primeros centros de estudio europeos, como Oxford y Cambridge, hasta la situación actual para las académicas. Y se encuentra, una y otra vez —este siglo y hace 10— con la maternidad como el principal “obstáculo” para la realización profesional de las mujeres.
Como respuesta, no sugiere algo tan de ciencia ficción como desarrollar vientres externos para que los hombres sean quienes gesten, sino poner atención al entramado que daría soporte verificable y permanente a las madres trabajadoras.
En México, el Sistema Nacional de Cuidados es uno de los grandes pendientes desde hace décadas. ¿Será evasión o simplemente no nos hemos sabido poner de acuerdo? Tampoco es un problema solo nacional; un dato para contextualizar: en América Latina, una de cada dos mujeres no participan en el mercado laboral y 57% de las ocupadas laboran en sectores de alto riesgo de pérdida de empleos e ingresos, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.