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‘Jacindamanía’. ¿Una renuncia puede ser un triunfo?

La primera ministra de Nueva Zelanda ha logrado posicionarse como símbolo de un liderazgo diferente, basado en la empatía, la amabilidad y la cercanía, señala Adriana Castro.
mar 31 enero 2023 06:05 AM
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, sonríe en una foto previa al Consejo Europeo en Bruselas.
Jacinda Ardern fue electa primera ministra de Nueva Zelanda en 2017. Con solo 37 años de edad en aquel momento se convirtió en la gobernante más joven desde 1856.

(Expansión Mujeres) - Jacinda Ardern es la primera ministra que lideró Nueva Zelanda a través de una pandemia, un ataque terrorista y la erupción de un volcán. Ella se convirtió en la primera ministra más jóven cuando fue elegida en 2017 a la edad de 37 años. Pronto se ganó el reconocimiento mundial por sus políticas abiertas e inclusivas. Su gabinete fue el más diverso de la historia de Nueva Zelanda con 40% de mujeres, 25% de habitantes locales nativos Maorí y 15% de la comunidad LGBT. En lo personal, algo que celebro es que introdujo permisos de paternidad y maternidad de 26 semanas.

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Ha logrado posicionarse como símbolo de un liderazgo diferente, basado en la empatía, la amabilidad y la cercanía.

Hace unas semanas sorpresivamente comunicó su renuncia.

“No me voy porque fue difícil. Si ese hubiera sido el caso, probablemente me habría ido dos meses después de comenzar el trabajo. Me voy porque con un papel tan privilegiado viene la responsabilidad, la responsabilidad de saber cuándo eres la persona adecuada para liderar y también cuándo no lo eres”, dijo.

Enfatizó en que el trabajo de dirigir el gobierno requería un extra del que ya no disponía. “Sé lo que requiere este trabajo, y sé que ya no tengo suficiente energía para hacerle justicia. Es así de simple”, concluyó.

Compartiendo un poco más de contexto, ella ya había cumplido un primer periodo, convirtiéndose en un referente del progresismo y el feminismo en la política mundial. La revista Time la incluyó en dos ocasiones en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo. En 2020 fue reelegida con una victoria arrasadora. Este era su segundo mandato, pero decidió no terminarlo.

Hay quienes dan lectura a su renuncia como una derrota. Claro, desde una perspectiva capitalista es fácil juzgarlo así porque tenemos la costumbre de entender el compromiso como sinónimo de sacrificio y de renuncia absoluta a la vida personal.

Quizá ni tú ni yo sabemos a qué se debió el nudo en la garganta con el que comunicó la noticia de su renuncia, pero pienso que sí hemos experimentado la sensación de dolor, culpa y miedo cuando se está dejando de luchar por una meta.

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Quizá el peso más grande radica en la interpretación que damos a renunciar a una meta.

¿Será que tenemos que resignificar el concepto de renuncia? ¿Qué tal si, en lugar de entenderla como un retroceso, puede ser una manera de acercarte a tus metas?

Es como si aplicaras una “renuncia consciente”, un enfoque que ayuda a invertir tu tiempo, energía y dinero para las metas intrínsecas, es decir, las que te llevan a la verdadera autorrealización y le dan sentido a tu vida.

La renuncia consciente es entender que para poder dedicarte a una opción, debes soltar y dejar ir otras.

Sé que algo que atormenta es pensar en todo el camino que ya recorriste en la búsqueda de tu meta. Todo lo que te ha costado en tiempo, energía y recursos. Se parece a la frustración de cuando llevas media hora en una fila y te enteras de que aún tienes que esperar una hora más. Ya invertiste esos 30 minutos, así que renunciar en este momento no te parece buena idea porque te hace pensar que desperdiciarías el tiempo que ya has estado ahí.

Pero resistirte a abandonar esa meta puede tener precios altos a pagar. Por cada momento que sigas invirtiendo en algo que no está funcionando, estás renunciando a otras oportunidades que la vida te está presentando.

Desde el enfoque de la ciencia de la felicidad, muchas de las metas que nos planteamos no contribuyen a nuestro bienestar.

Existen metas extrínsecas e intrínsecas. En las primeras encontramos: el dinero o el éxito financiero; la imagen y el aspecto físico; y el estatus y la popularidad.

Estas metas no tienen efectos sobre la felicidad duradera; el placer de conseguirlas dura poco.

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En cambio con las metas intrínsecas pasa lo contrario, tienen un efecto importante en nuestros niveles de bienestar. Estas metas se categorizan en tres: el crecimiento personal; la conexión con los demás o las relaciones personales; y el sentido de comunidad, el ayudar a que el mundo sea un lugar mejor. Entre más estén orientadas tus metas a lo intrínseco, mucho mejor.

Así que la próxima vez que te encuentres en una encrucijada sin saber si renunciar a una meta o no, deja de hacer las preguntas equivocadas: “¿Soy un fracaso?” o “¿soy poco capaz?”.

Mejor cuestiónate: “¿Qué necesito para ser feliz?” o “¿Qué es lo mejor para mí?”.

Nota del editor: Adriana Castro es psicóloga y conferencista. Es fundadora de Call to Action: una comunidad online dirigida a mujeres sin hijos/as. Síguela en LinkedIn , Facebook y/o Instagram . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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