Días después, la pandemia se infiltraría en cada aspecto de nuestra vida para cambiar fundamentalmente nuestras dinámicas en lo público y en lo privado. Aunque hubo una práctica discriminatoria que sólo se profundizó: el trabajo del hogar y de cuidados no remunerado.
El trabajo del hogar y de cuidados no remunerado se compone de todas aquellas tareas que permiten que una casa funcione: labores de limpieza y alimentación, compras y administración de los recursos, cuidados y apoyo a niñas, niños, personas ancianas y/o enfermas.
Esta actividad económica, además de ser excluida de forma sistemática por las mediciones y análisis tradicionales, recae desproporcionadamente en las mujeres. Sin importar la condición de ocupación, las mujeres le dedicamos el doble de tiempo a estas tareas que lo que los hombres le llegan a destinar. Ésta es nuestra doble jornada laboral.
En un contexto como el del confinamiento por la pandemia, a quienes no tuvimos repercusiones laborales graves se nos ha exigido malabarear entre un trabajo remunerado —que se ha inmiscuido en nuestro espacio privado— y el trabajo del hogar —que lejos de disminuir aumentó a falta de un sistema nacional de cuidados, sobre todo en familias con niñas y/o niños en edad escolar.
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