El problema es que, en esa lógica de evitar riesgos, también se puede matar una competencia clave para aprender, adaptarnos y crecer: la curiosidad.
La propia
Real Academia Española
la define como “la cualidad de
curioso
”, o sea “inclinado a enterarse de cosas ajenas y de aprender lo que no conoce”. De hecho, me llama la atención la connotación negativa de la primera definición, con sinónimos como fisgón, entrometido, preguntón.
Aunque la definición de esta palabra ha evolucionado con el tiempo, me parece que no le hace justicia a una habilidad que es el motor del conocimiento, la base de la innovación y una de las razones por las que algunas personas aprenden más rápido que otras.
La curiosidad se refiere a esa inquietud que nos lleva a hacer preguntas incómodas, a entender cómo funcionan las cosas, a pensar más allá de lo obvio. Y en el mundo laboral es, según
Forbes
, un superpoder. Una característica que cualquier persona líder debe tener, puesto que permite cuestionar el estatus quo, pensar en escenarios diferentes, adaptarse a un cambio acelerado y empatizar con otras personas.
El gran problema es que muchas organizaciones, como mamás de la vieja escuela, siguen guiándose por la lógica del dicho popular. Un estudio de
Harvard Business Review
encontró que hay líderes que, aunque aceptan la importancia de la curiosidad, en la realidad implementan acciones que la desincentivan pues creen que dificulta la gestión y que puede generar distracciones o ineficiencias.
Con justa razón, ¡así fuimos programadas desde la infancia!
En ese sentido, escribo estas líneas no solo como oda a la curiosidad, sino también para invitarte a cultivarla desde el lugar que te toca. Si tienes a alguien en tu equipo con esa chispa, no la apagues, déjale explorar distintas aristas. Si lideras, sé esa persona que deja pensando al equipo con preguntas que no necesariamente tienen respuesta. Si estás rodeada de talento valioso, invítalo a desafiar tus propias ideas.