Les explico brevemente. Hace unos días leía un poco de mitología clásica, que especialmente disfruto, y ¡oh sorpresa!, el feminismo extremo es casi tan antiguo como la humanidad misma. Seguramente recordarán o habrán escuchado hablar de las amazonas (exacto, como Diana de Themyscira, Wonder Woman), tribus que únicamente aceptaban mujeres en sus filas; eran guerreras, cazadoras, diestras con las armas y, con estas capacidades, obviamente no querían a ningún hombre cerca más que una vez al año para tener hijos (nada tontas). Ellas consideraban que sólo para eso servían los hombres, para procrear, y con este dato sé que más de una esbozó una pícara sonrisa. Las amazonas no se quedaban con los hijos varones, los abandonaban a su suerte y educaban únicamente a las niñas. Además tenían la rarísima y brutal costumbre de quemarse o extirparse el pecho derecho, para manejar mejor las armas.
Feminismo extremo con todas sus letras. El sueño dorado de un gran número hoy en día.
Aunque hoy me queda claro que todas las mujeres somos feministas (como escribí en mi primera colaboración), en lo personal no tengo la intención ni el deseo de participar en un feminismo acérrimo como el de las amazonas. Estoy convencida de que la sana convivencia entre hombres y mujeres, en el entendido de que estamos en un proceso al que le falta mucho por recorrer, puede funcionar con hombres y mujeres en el mismo lugar, sin duda. Claro, respetando nuestras diferencias.
Como bien saben, yo me sumo y estoy en pie de lucha por la equidad de género y la igualdad de derechos, responsabilidades y obligaciones, cada quien desde su trinchera, pero eso dista mucho a considerar la posibilidad de vivir como amazonas. Y aunque sí creo que los hombres deben participar activamente en la educación de los hijos, desde mi punto de vista el papel de la madre es determinante y el instinto maternal insustituible; aunque es también digno de aplaudir y reconocer que hay algunos hombres más empáticos, apapachadores y dispuestos a ceder su vida laboral para quedarse a criar a los hijos y dejar que las mujeres sean las proveedoras.
Concretamente creo que la solución de este dilema va en otra dirección; se trata de hacer equipo, una mancuerna en la que ambos, hombre y mujer, hagan de todo y se compaginen; me refiero a trabajar y a la crianza de los hijos. Pero si nos asomamos un poco a las estadísticas, nos daremos cuenta que los valores familiares se han deteriorado a raíz de que la mujer trabaja. Relájense chicas, no las quiero regresar a ser solo mamás y amas de casa; son estadísticas.
Sin embargo, y desde mi óptica, creo que además de desarrollarnos en el ámbito profesional, deberíamos enfocarnos en darles una educación de calidad a nuestros hijos y tener con ellos una comunicación efectiva, porque eso de trabajar y llegar a casa para estar metidas en el celular y la computadora, no es la mejor idea. Debemos equilibrar; en el trabajo estar al 100, no necesitamos tambos de sudor, únicamente establecer un horario productivo y efectivo, no quedarnos a vivir en la oficina y solo estar el tiempo necesario, sin distracciones, para después estar en casa con todas nuestras ganas y atención.