Nosotras las cincuentonas (y generaciones anteriores) teníamos la suerte de que sólo imaginábamos cómo nos veían los demás; claro, una práctica que tampoco era del todo saludable, porque la imaginación suele ser cruel. Pero, lo que me parece terrible con las redes, es la facilidad e inmediatez con la que cualquiera puede opinar o hacer una crítica desde el anonimato, y si no es desde la sombra, resulta muy conveniente y sencillo escribir en una pantalla, en lugar de decirlo cara a cara. Se perdió la valentía, se extravió el honor.
No sé por qué (o tal vez sí, pero aún quiero tener fe en la humanidad), la gente hoy en día se siente con el derecho y la autoridad moral de dar su opinión, de cualquier tema y aunque nadie la haya pedido. Y me refiero especialmente a opiniones personales: si eres guapa(o) o fea(o), si llegaste a la oficina con unos zapatos horribles; normalmente esas críticas vienen con etiqueta de ‘mala intensión’, y por lo regular provienen de personas que no se dejan ver, individuos e individuas en cuyos perfiles no encuentras fotografías de ellas(os); y en ese punto nos damos cuenta que son los complejos quienes redactaron ‘el comment’.
Pero, más allá del hecho, que ya en su naturaleza es totalmente reprobable, lo que más me sorprende es la saña con que la gente se maneja en redes; lo vemos mucho por ejemplo con los hijos de los famosos, los cibernautas no tiene ningún reparo ni mesura en insultar hasta el cansancio; escupen su veneno contra quien sea, considero y creo, producto de su propia insatisfacción. Antes pensaba que lo hacían desde la ignorancia, que soltaban comentarios a diestra y siniestra sin pensar en el daño que causan; hoy me retracto. Me he dado cuenta que es con toda la intención de herir, de lastimar, porque en cuanto los confrontas, reiteran. El que ‘x’ o ‘y’ persona sepa lo despreciable que les parece, es su premio.
Y seguimos descendiendo en el iceberg. Desde mi punto de vista y propia experiencia, el problema es mucho más profundo que un ‘simple’ deseo de fastidiar, por decir lo menos.
No sé si ustedes han notado un cambio drástico en la gente, en los compañeros del trabajo, a raíz de la pandemia; en lo personal, fui de las ingenuas que pensaron que tendríamos un cambio más espiritual, que al confrontarnos con nuestra inherente posibilidad de morir o de perder a gente querida, y claro, al reflexionar en nuestra efímera y frágil existencia, nos haría personas más empáticas. ¡Claro! Mucha gente cambió y se transformó en su mejor versión. Pero me parece que un alto porcentaje se volvió (auto)destructivo, intolerante, incendiario.
El aprendizaje que nos brinda la experiencia, y ojalá pudiera decir que lo aplico al 100% (por supuesto que no es así), es que el amor propio tiene que venir de nuestro interior, y si en la medida de lo posible evitamos darle importancia a la crítica, y por el contrario practicamos la total aceptación, seguiríamos sintiéndonos plenos, seguros y en paz, ¡te lo garantizo! Así nos viéramos ridículos a los ojos de las amigas, los compañeros, la propia familia o gente que ni conocemos.