En la década de 1930, la tasa de analfabetismo para las mujeres en el país era de 34%; para cuando nació mi mamá, en la década de 1960, ese número había bajado a 19% y 20 años después, cuando empezó mi generación, a 10%, de acuerdo con cifras del Inegi.
Mi abuela materna es hija de un pescador y de un ama de casa de orígenes muy humildes. Mi abuela paterna es hija de un comerciante y de un ama de casa. Ambas familias tenían algo en común: estaban conscientes de la importancia de que sus hijas estudiaran.
Aunque en sus tiempos no había muchas oportunidades para que las mujeres trabajaran, las dos lo hicieron en algún momento de sus vidas. Mi abuela paterna, como maestra, mientras que mi abuela materna tuvo varios trabajos en oficinas públicas. Las dos se casaron con ingenieros civiles.
Entre sus hermanas también hay grandes historias. Una de mis tías abuelas estudió Medicina y otra fue la primera diputada mujer en el estado de Colima.
Mis abuelas y abuelos procuraron que todas sus hijas -que no eran pocas- tuvieran una carrera. Aunque por diversas razones algunas no concluyeron sus estudios, entre ellas mi mamá, la mayoría también trabajó; todas fueron muy exitosas. Cuando tuvieron a sus hijos, algunas dejaron su profesión, otras bajaron la velocidad para pasar más tiempo en casa y unas más que se convirtieron en madres solteras buscaron el sustento y educaron a sus hijos ellas solas.
Algunas de las mujeres de mi familia no tuvieron hijos, pero de cualquier manera y por diversas circunstancias pasaron a formar parte de una gran porción de hogares mexicanos (hoy, el 33%) con jefatura femenina.
La edad, la cantidad de hijos y la conciencia sobre lo que significa tenerlos también ha cambiado entre nuestras generaciones. Hoy, dentro de mi familia, las que tenemos hijos (y estamos en edad de) somos minoría. Tenerlos, además, es para todas una elección.
Todas mis primas tienen una carrera o la están estudiando. Y quienes somos madres no hemos dejado de trabajar o lo han hecho por gusto.
Y no solo eso. Los hombres de mi familia son también un reflejo de cómo hemos avanzado. A mí me tocó vivir en un hogar de papá proveedor-mamá ama de casa, pero crecí con una visión tan amplia por parte de mis padres, que hoy formo parte de un matrimonio donde la contribución al hogar es equitativa en todos los aspectos.
Y eso también tiene que ver con la educación que mi esposo recibió. Mi suegra es una mujer con dos maestrías que además de cuidar a sus hijos construyó una gran carrera. Así que para mis hijas, ver a un hombre participar en las labores del hogar y a una mamá en la oficina no será nada del otro mundo.
Esto habla no solo de un cambio en las oportunidades a nivel macro desde el punto de vista de género, sino de un entorno familiar que nos alentó a ser lo que quisiéramos, a casarnos con hombres que nos apoyaran y a educar a nuestros hijos con equidad.
He escuchado a las mujeres de mi familia hablar sobre lo que dejaron ir para cuidar su hogar, pero me gustaría que vieran que su pérdida no fue tal si miramos los logros de las mujeres más jóvenes.
Mi mamá, por ejemplo, dejó su trabajo para cuidarnos y hoy, tal vez gracias a eso, soy la primera mujer con maestría en mi familia materna. Mis primas más jóvenes no solo han podido estudiar, sino que han elegido carreras no tradicionales, en las universidades que han querido.
Y aunque parezca un tuit de broma, cuando escucho a mi hija preguntarme cosas que yo empecé a pensar tal vez hasta los 15, entiendo que para ella la cosa será muy diferente.
Sin duda, mi vida ha sido sencilla, pero no lo fue para muchas de las mujeres que me precedieron. Peor aún, no lo es para la mayoría de las mujeres en México hoy.