Las madres “empoderadas” ahora apenas podíamos respirar, y Twitter, Instagram o TikTok eran nuestro campo para tomar aire o la ventana para asomarse a la casa ajena y descubrir que las demás estaban igual.
En medio de este caos, leí un tuit que me entristeció mucho, sobre todo porque venía de otra mamá. Criticaba tanta queja de parte de los papás que tenían a sus hijos en casa porque “ella sí quería a su hijo”.
En ese momento nada más me dolió la pedrada, pero eventualmente reflexioné acerca de la desvalorización de dos cosas que antes funcionaban como válvula de escape: el humor y la queja.
Sobre la queja, creo que -siempre y cuando no sea un comportamiento crónico- puede ser tan liberador y tener un efecto similar a decir groserías. Además, sirve para identificarse con el otro, porque le permite decir “yo también padezco esto, qué bueno que no estoy solo”.
Y luego está el humor. Como tengo tiempo de sobra, dedico algunos (muchos) minutos del día a ver a las mamás influencers, para aprender de todas las especies dentro del espectro nací-para-ser-mamá / mala-madre.
Lo que todas tienen en común -además de hijos- es que se enfrentan a un escrutinio tal que a veces deben aclarar que sí aman a sus bebés, que nada más era una broma.
Por ejemplo, mamás que trabajan hacen videos chistosos sobre la locura de ser mamá e ir a la oficina y otras mamás contestan que “todas las madres trabajan” (y sí, pero ese es otro tema); mamás hacen memes acerca de lo hartas que están de escuchar el “¡mamá, mamá!” todo el día y otras escriben que “para qué tuvieron hijos”.