Tania Ortiz inició su carrera en ‘zona hostil’. Era el Pemex de 1994, un momento que no destacaba por incluir a mujeres en la operación de ciertos sectores. Y el energético, por supuesto, era uno de ellos. Pero pidió trabajo y se lo dieron. “Me contrataron en Comercio Internacional. Aprendí mucho, tuve muchos mentores hombres y sólo una mujer”, recuerda.
Para ella, ése era un mundo “muy de hombre”. Se acostumbró a reuniones en las que era la única mujer, en juntas en las que nadie le daba la palabra, espacios donde la voz de la mujer no era percibida como necesaria o importante y tampoco donde ellas pudieran aspirar a crecer. “Intenté encajar mucho tiempo, corretear a mis compañeros para ir a comer con ellos, ir a los lugares que ellos iban en los horarios que ellos iban”, dice.
Y en el peor de los casos, también fue testigo de cómo compañeras y colegas suyas sufrieron acoso en un tiempo en el que no existía una cultura de la denuncia.
“Yo salí de Pemex cuando nació mi hijo porque era imposible combinar una carrera profesional con mi hijo y me dolió muchísimo porque me encantaba trabajar ahí”, lamenta.