Mi caso es, de hecho, bastante común entre las mujeres mexicanas. Por un lado, el nivel ingresos y la forma en la que administramos las deudas hacen que para los algoritmos de análisis de datos de los productos financieros seamos excelentes candidatas para obtener algún crédito, tanto personal como de tarjetas o hipotecario. Sin embargo, los requisitos que tradicionalmente exigen los bancos u otras instituciones de crédito no están relacionados con el nuevo rol que como mujeres tenemos en la sociedad y como agentes económicos.
Típicamente, todo esto provoca que muchas mujeres prefieran mecanismos informales de crédito, como los préstamos de familiares o amigos, las tandas o la venta de algún artículo personal en caso de necesitar dinero en el corto o mediano plazo y que, por lo tanto, se siga limitando nuestro acceso a productos o servicios financieros que ayudarían a lograr una mayor independencia económica. En el caso de mujeres emprendedoras o empresarias, obtener un financiamiento para la operación o crecimiento de sus negocios enfrenta la misma disyuntiva.
Pero más allá de las condiciones del sistema de productos y servicios financieros y su contraste con la realidad de las mujeres en México, ¿por qué sería tan importante invertir en las mujeres para acelerar el progreso de un país como el nuestro?
Hoy en día, las mujeres somos más de la mitad de su población y nuestra aportación al PIB es de cerca del 2%. Y no solo somos asalariadas: más del 35% del total de las empresas que operan en México son propiedad o están lideradas por mujeres. Adicionalmente, si consideramos el trabajo que algunas realizan como cuidadoras, en el mantenimiento y limpieza del hogar o en la crianza de los hijos, y que no es remunerado, podríamos generar en términos de ingresos un 24% más en el PIB. Aun con todo esto, las mujeres tienen una menor participación de los créditos que se otorgan comparados con los hombres como personas físicas (46% contra 48%), y si consideramos los casos de micros y pequeñas empresas lideradas por mujeres, solo entre el 8% y 11% cuentan con un crédito (
ENIF
).
Por todo esto, para las instituciones financieras, el otorgamiento de créditos a mujeres es una inversión atractiva: se ha comprobado que nuestra tasa de morosidad es menor que aquella relacionada con créditos otorgados a hombres, lo que en términos generales disminuiría la exposición de riesgo y las comisiones de los productos financieros se incrementarían por el volumen de colocaciones de créditos nuevos; pero sobre todo, la mujeres gastamos más en productos y servicios relacionados con las necesidades familiares, lo que de ser atendido financieramente generaría un círculo virtuoso en el largo plazo.