Seamos honestas, seamos honestos; incontables veces escuchamos con envidia (disfrazada de flojera) a nuestras amigas o amigos, presumiendo a sus nietos como si fueran la octava y novena maravilla del mundo, ¡ah! pero en cuanto nos ha llegado el turno, entramos felices al club de los abuelos.
Esta nueva generación de chavos es muy distinta a la nuestra. No necesariamente se quieren casar, y mucho menos tener hijos; exacto, optan por los ‘perrhijos’ y ‘gathijos’. ¡Oh, desgracia para mis contemporáneos!, ¿se imaginan con cuántos aspirantes a ser abuelos me toca platicar, y que dicen con voz de funeral que nunca tendrán nietos? Y como consolación reciben una respuesta sombría por parte nuestra, como si de un pésame se tratase.
Considero sin duda, que este es un tema muy fuerte para mis contemporáneos, porque nos educaron para procrear, para preservar el apellido y fortalecer la estirpe, con los supuestos ciclos de la vida muy marcados y establecidos. En consecuencia, y por el evidente cambio generacional de pensamiento, vemos truncadas esas metas y replantearnos la ilusión de, nuevamente, llenar nuestros hogares con niños felices para consentir, por los que haremos todo lo que no hicimos con nuestros hijos, porque tenemos claro que esa es la función de los abuelos.
Evidentemente se trata uno de los principales fenómenos que han transformado nuestra sociedad.
Desde mi punto de vista y, muy probablemente porque mis hijos ya me brindaron la alegría de ser abuela, me parece muy sensato, que la gente que NO quiera casarse, no lo haga, y las parejas que NO quieren tener hijos, no los tengan; una decisión digna de aplauso, en sustitución de traer al mundo hijos no deseados, que, más que felicidad, se encontrarán con la cruel cara del sufrimiento.
Pero entonces, ¿qué debería hacer la gente de mi generación sin nietos, que no cumplirá con la expectativa social de ser abuelos? Una pregunta hecha desde el juicio social, y que no puedo encarnar en perspectiva, pero que, si omitimos el hecho de aprobación o aceptación social, aligera la carga.
Al igual que las nuevas generaciones, sugiero que los de mi edad (y más) debemos cambiar esa manera de pensar, y la sociedad de hoy, ajustar su escala de valores. No es una acción justa calificar nuestro legado, en función de haber triunfado (o no) en el anterior modelo de familia. Arcaico, obsoleto.