Hoy en día, las mujeres usamos el maravilloso derecho, recientemente adquirido, de alzar nuestra voz; y no es que no la tuviéramos, pero sí es muy cierto que nos tenían bastante reprimidas, ignoradas, calladas. Hagamos aquí un stop y seamos honestas; no todas somos tan cuerdas, éticas o mesuradas; ahora, no hablamos, ¡gritamos!; no pedimos respeto, ¡lo exigimos!
¡Bravo! Soy la primera en aplaudirnos
Pero, ¿qué pasa cuando no usamos ‘adecuadamente’ el derecho de ser escuchadas y, por el contrario, abusamos de él con un linchamiento cibernético en contra de esos supuestos depredadores sexuales? Sí, supuestos.
¿Por qué supuestos? Aquí va. En los últimos meses y por diversas circunstancias de la vida, he tenido la oportunidad de conocer hombres con pruebas irrefutables de mujeres que han abusado de esa voz, que los han difamado y destruido en redes sociales. Mujeres que han excedido las formas en grupos feministas, en esos foros que han confiado en ellas y las han apoyado incondicionalmente. A la postre, estos hombres a quienes cito y respetaré en el anonimato, han logrado demostrar su inocencia, sí, pero después de que su trabajo, imagen pública, reputación y relaciones personales han sido destrozadas. Sin contar a las familias que han tenido que cambiar de ciudad o peor aún, jóvenes que se han suicidado por no saber manejar el linchamiento público.
Como sociedad, ¿cómo podremos diferenciar esa delgada línea, entre el uso y el abuso?
Es una realidad que no podemos esperar a que todas las mujeres seamos responsables y decentes, y que no hagamos mal uso de este derecho por el que todas hemos librado arduas batallas. Si es que demandamos el mismo derecho que cualquier hombre posee, de ser escuchadas y hacernos respetar, entonces, ¿cómo podrán los hombres protegerse de las despechadas? De aquellas que no entienden el real alcance y gravedad de la palabra abuso, o, por el contrario, el concepto de consentimiento.
Como lo he dicho en este espacio, soy feminista porque soy mujer, pero no odio a los hombres, ni creo que todos son unos ‘malditos’. Mucho menos quiero un mundo en donde ahora hagamos de los hombres nuestras víctimas, porque caeríamos en contradicciones; estaríamos haciendo lo que nosotras pedimos a gritos, no nos hagan.