La disparidad de género tiene un impacto muy negativo en diversos temas, tanto de desarrollo económico, profesional, laboral, de derechos humanos y hasta social. Cabe destacar que en el país tres de cada 10 hogares están liderados por una mujer, la cual funge como el sustento económico de la familia y que no necesariamente todas pueden acceder a productos y servicios financieros.
En cuanto al aspecto laboral, en México, por cada peso que genera un hombre, una mujer recibe 74 centavos, es decir, una brecha de ingresos de 16%; asimismo, somos el segundo país, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con menos ratio del sector femenino trabajando, menos de la mitad en edad laboral.
Aunado a esto, los modelos financieros en el mundo están construidos de tal modo que la fuente de ingresos y el nivel de estos determinan el acceso de una persona a los servicios financieros. Bajo esta lógica quienes trabajan en la informalidad o reciben ingresos bajos no son ‘candidatos’ para la banca tradicional, aunque podrían serlo para las Fintech.
Pero sistemáticamente ellas tienen menos acceso a estos productos y no se trata de un error de diseño en los modelos de la banca, ni en la intención de darles menos acceso, pues las instituciones bancarias están constituidas de tal forma que tratan de aminorar riesgos como falta de pago o incumplimientos de contrato sin importar quién sea la persona solicitante. Sin embargo, esto se traduce en una falla social que particularmente excluye a las mujeres.
El contexto es la clave
Actualmente, la mayor parte de las Fintech no está atacando esta disparidad social de género, está intentando dar acceso general a todo el mundo, mejorando los modelos tradicionales de riesgo, pero no incorpora factores sociales de equidad de género. La idea es que eventualmente lo hagan, pero aún tienen un gran desafío por delante.
Por cuestiones socioculturales que aún no se eliminan en este país, las mujeres siguen siendo quienes cargan con este peso al interior de sus familias. No es que las mujeres no trabajen en este país, sino que su participación en el mercado laboral suele encontrarse atravesada por jornadas dobles o triples de cuidados en sus hogares y familias o trabajan en la informalidad, lo que las excluye de no sólo de la banca sino de otros servicios como seguridad social o pensión.
Facilitar el acceso a prestaciones financieras, a través de medios digitales, implica que las mujeres puedan acceder a productos acorde a sus necesidades.