La aviación llegó a mi vida por su cuenta, porque nadie en mi casa se dedicó a ella. Incluso yo tenía inclinación por la medicina, que es la rama de la familia, pero mi gusto por los aviones fue más grande.
Lo más difícil es que nadie me orientó por la lejanía de mi círculo con la industria, pero tampoco tenía role models que me hicieran pensar que a donde quería llegar era un lugar seguro.
Por supuesto que no fue fácil desde el inicio porque hasta las personas más cercanas a mí me decían que no lograría entrar, mucho menos crecer, en un lugar como la aviación sin conocer a nadie. Por un momento pensé que tenían razón, pero aun así me aventé y empecé como sobrecargo en Aeroméxico.
Una vez que entré todos pensaron que ahí me quedaría, pero yo tenía claro que quería pilotear un avión por mí misma. Así que con ese empleo me pagué la carrera de aviación para aprender todo lo que debía saber sobre la operación de aeronaves.
Entré sin saber nada, obviamente había puros hombres y los horarios estaban muy complicados. Ésa fue la segunda ocasión en la que me cuestioné si era capaz de entender si era capaz de hacerlo y de verdad casi tiro la toalla porque no conseguía el dinero para terminar la carrera, pero además el esfuerzo físico, mental y emocional me tenían completamente desbordada, tanto que hasta me dio un parálisis facial porque mi cuerpo ya no pudo soportar el nivel de estrés con el que vivía.
Había días en que no dormía y que llegando de un vuelo tenía que ir a la escuela, o que tuve que tener otros empleos como vender perfumes para tener dinero extra para pagar mi carrera, además del que ya tenía en Aeroméxico. Ese ritmo era insostenible y aunque lo logré, sé que fue el periodo más difícil de mi vida, incluso más que el de la maternidad y obviamente no hubiera podido sostenerlo teniendo otra edad con menor energía.