A los 8 años, Brenda Osnaya descubrió el amor por el deporte en el patín y por 9 años consecutivos fue campeona nacional. Su carrera meteórica no fue casualidad: para poder lograrlo se entrenó diario y duro, ganó resistencia, técnica y autoconfianza. A sus 17, su vida dio un vuelco: en el viaje a una de las competencias hacia Puebla, el conductor se quedó dormido y volcó, un accidente que la dejó sin movilidad en sus piernas para siempre.
Ese evento la transformó: lo que antes había sido su mayor fortaleza deportiva, sus piernas, ya no lo serían nunca más. Pasó por un largo proceso en donde pensó y vivió muchas frustraciones hasta que se dio cuenta que el deporte, una vez más, sería su mejor aliado para crecer personalmente.
“Entendí que aunque ya no pudiera caminar, si quería volver a sumergirme en el deporte no iba a estar empezar de cero, porque ya sabía lo que tenía que hacer para volver a entrar al alto rendimiento”, recuerda. Eso era la insistencia, la resiliencia, la ambición y el amor que entonces, y también ahora, la llevaron a la cumbre.
Desde entonces, se levanta a las 6 de la mañana y entrena con pequeñas pausas para comer y descansar hasta las 9 de la noche, todos los días. Gracias a eso, a su profunda personalidad, y al amor de su entorno, hoy es una de las únicas dos mujeres que competirán en el Paratriatlón de las Paralimpiadas de París 2024.
¿Cuál es tu historia con el deporte?
Mi historia con el deporte comenzó a los 8 años. Mi papá nos inscribió a mi hermano y a mí en un deporte después de ver una competencia de patinaje artístico de la hija de un amigo suyo. Aunque íbamos en busca de patinaje artístico, lo que realmente me cautivó fue la pista de patinaje de velocidad. Recuerdo cómo los patinadores entrenaban a toda velocidad bajo las luces del patinódromo; fue amor a primera vista. Desde el día siguiente, ya tenía casco y comencé a entrenar con mis patines recreativos. Poco a poco, fui participando en eventos nacionales, donde me iba muy bien. Fui campeona nacional durante nueve años y, a los 14 o 15 años, ya me tomaban en cuenta para la preselección mexicana. Mi sueño desde niña era representar a México en un mundial, pero la vida tenía otros planes. A los 17 años, mientras me dirigía a un evento selectivo en Puebla, sufrí un accidente automovilístico que me dejó con una lesión medular y discapacidad motriz adquirida. El deporte, que siempre había sido una parte fundamental de mi vida, se convirtió en mi terapia y mi maestro de vida, ayudándome a seguir adelante a pesar de la adversidad.
¿Cómo te sentiste después del accidente?
Después del accidente, todo cambió. Tuve que aprender a hacer todo con mis brazos, incluyendo nadar, lo cual fue un gran reto personal. Aprendí a nadar a los 17 años, y aunque fue complicado debido a la técnica y la respiración, decidí tomarlo como un desafío. Pensé que destacar en el deporte paralímpico sería más fácil debido a mi experiencia previa, pero me enfrenté a la realidad de empezar desde cero. Probé varios deportes, desde natación hasta paratenis de mesa y powerlifting, pero aunque era buena en ellos, no me apasionaban tanto. Finalmente, encontré mi verdadera pasión en el paratriatlón, un deporte que combina mi amor por la velocidad, la resistencia y la adrenalina de sentir el viento en mi cara. Lo que no tuve que empezar de cero fue la disciplina y los valores que el deporte me había inculcado desde niña. Sin embargo, tuve que adquirir nuevas habilidades, como la resistencia, y aunque fue un proceso difícil, nunca perdí mi hambre de mejorar.