Trabajar sin remuneración
De acuerdo con la
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(Endireh) 2016, dos de cada diez mujeres mexicanas mayores de 15 años han sufrido violencia económica por parte de sus parejas a lo largo de su relación.
Pero la definición de violencia económica del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) no contempla una de las formas más normalizadas de la desigualdad de género: dejar en manos de las mujeres el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, una cuestión estrechamente relacionada con el uso del tiempo propio y la administración de los recursos.
La misma Endireh 2016, en una sección dedicada a roles y estereotipos de género, revela que nueve de cada diez mujeres consideran que los hombres deben encargarse, igual que ellas, de las tareas de la casa y de los cuidados de niñas, niños, personas enfermas y ancianas. Y casi 70% de las encuestadas cree que las mujeres deben de ser igual de responsables que los hombres en traer el dinero a casa.
Sin embargo, las mujeres en México dedican 2.5 veces más tiempo que los hombres a las actividades no remuneradas, de acuerdo con la
Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT) 2019
.
Para la académica María Edith Pacheco, coordinadora del libro Uso del tiempo y trabajo no remunerado en México, el hecho de que una mujer no pueda decidir de manera autónoma en qué trabajar o cómo manejar su tiempo o su dinero se enmarca en un ejercicio de violencia implícita relacionada con patrones culturales.
“La división sexual del trabajo es una clara expresión de desigualdad y un ejercicio de no-autonomía para decidir quién cuida a quién y quién realiza el trabajo doméstico”, comenta en entrevista la profesora-investigadora del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales del Colegio de México.
En su opinión, esta desigualdad es la expresión de una organización social violenta que se encuentra muy arraigada porque la sociedad ha sido educada para normalizar y creer que es parte de la dinámica de vida de las personas.
Por su parte, Edith Pacheco, especialista en la relación entre género, familia y mercado de trabajo, afirma que el termómetro de la violencia es central para comprender que hay manifestaciones de violencia que no son tan claras, como la económica a diferencia de la física.
Las desigualdades laborales y económicas tienen consecuencias a corto y largo plazo para las mujeres. El hecho de que no se inserten en el mercado laboral en la misma proporción que los hombres, menciona la investigadora, tiene un efecto muy costoso al final de la vida de ellas, pues se quedan sin derecho a una jubilación si no cotizaron lo suficiente; o si tuvieron que entrar y salir del mercado laboral para cuidar de otras personas.
Otra consecuencia tiene que ver con la segregación o discriminación en el lugar de trabajo. Pacheco comenta que los empleadores muchas veces prefieren contratar hombres que mujeres, pues se asume que ellas tendrán que ausentarse más por el cuidado de los hijos.
Finalmente menciona la precarización, que también puede afectar a trabajos masculinizados, pero que tiene mayor impacto en los trabajos feminizados por las desigualdades de género. El caso más evidente, dice la académica, es el de las trabajadoras del hogar, “un trabajo que sostiene muchas de nuestras vidas pero que no es reconocido socialmente”.