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Perder el miedo a colaborar con alguien que es diferente, pero que es igual

Un buen día me quedé profundamente dormida, y cuando desperté, de golpe llegó mi verdad: “Soy una mujer trans”. Decidí no perder más el tiempo. Ya no estaba dispuesta a sentirme frustrada.
jue 25 abril 2024 06:00 AM
Perder el miedo a colaborar con alguien que es diferente, pero que es igual
Perdamos el miedo de potenciar a las empresas con ideas diferentes, disruptivas e innovadoras que nos reconocen por igual, con equidad, y que sí contribuyen a crear entornos más competitivos y sanos en todos los sentidos, señala Miina Alvarado.

Cuando cumplí 28 años me lesioné la espalda. Me diagnosticaron una hernia discal. Estuve en cama por dos o tres semanas; no podía moverme del dolor. No estaba en una situación de vida o muerte, pero sí tuve mucho tiempo para reflexionar. Me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida, hacia dónde me dirigía.

Durante ese tiempo comencé a investigar en Internet sobre la comunidad LGBTQ+; buscaba información en foros y preguntaba a personas de otros países. Había días que me mantenía despierta toda la madrugaba averiguando. Hasta que un buen día me quedé profundamente dormida, y cuando desperté, de golpe llegó mi verdad: “Soy una mujer trans”.

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Momento revelador

A partir de ese momento decidí no perder más el tiempo. Ya no estaba dispuesta a sentirme frustrada. No sabemos cuánto tiempo vamos a vivir; así que no desperdiciaría más los días. Eso fue hace ya siete años.

Pienso que la mayoría de las personas trans sabemos, desde una edad muy temprana, la verdad sobre quiénes somos. Sin embargo, a finales de los años 80 y principios de los 90 no había tanta información disponible. Era muy complicado entender qué estaba pasando conmigo. Yo pensaba que estaba mal de la cabeza: me encantaban los vestidos –tengo dos hermanas, y a veces nos íbamos juntas de compras.

Tuve momentos en que intentaba rechazar todo esto en mi vida: me dejaba la barba larga y me aferraba a aceptar un género que no era el mío. En algún momento hasta consideré meterme al Ejército. Así pasé mi infancia, adolescencia y parte de mi adultez; incluso estudié Sicología para “ayudarme a mí misma” –pero era como tratar de echar todo debajo de un tapete.

Sabía que el camino no era fácil: los desafíos comenzaron conmigo misma. No es sencillo cambiar la percepción que tienes de ti, la manera en la que te hablas. De alguna manera todo esto significa atravesar un duelo. Es un cambio personal, interior y muy profundo... ¡durísimo!

Busqué la ayuda de una endocrinóloga especializada en personas trans. Ella está en la Ciudad de México y yo vivía en el Estado de México, así que viajaba constantemente. Cuando comencé mi tratamiento de reemplazo hormonal, tenía aproximadamente medio año de haber empezado mi transición "social"; me parece relevante mencionar que incluso algunos doctores piden "experiencia de vida" para poder dar tratamiento hormonal, refiriéndose a "vivir" como mujer.

Me acerqué a amistades para decirles que, a partir de entonces, me llamaría Miina y me vería como una mujer; la mujer que siempre he sido. Muchas se quedaron conmigo; otras tantas, no. Dentro de mi familia, poco a poco he encontrado mi voz. Sólo algunos familiares saben sobre mi decisión. Es un proceso largo y complejo.

Cuando comencé a trabajar, ante la sociedad, estaba viviendo con la apariencia de hombre para algunas cosas, el famoso “passing”, pero ya no quería continuar así: ya había iniciado mi proceso de transición. Recuerdo que en la empresa donde trabajaba publicaron una vacante para una posición superior a la que yo tenía, y decidí acudir a la entrevista como Miina. Finalmente, no conseguí el ascenso, pero, a partir de ese momento, pude ir a mi trabajo como yo misma. También comencé los trámites legales para mi cambio de identidad de género.

Un laberinto

Me enfrenté a más obstáculos de los que podía imaginar. Investigué con personas de la comunidad –en foros de redes sociales– cuáles eran los pasos por seguir. Supe que era importante solicitar el resguardo de mi acta de nacimiento primigenia para que dejara de aparecer en el sistema y que nadie más tuviera acceso –el trámite me llevó más de un año, porque no había concordancia entre las leyes del Estado en donde había nacido y en donde radicaba. Esto es fundamental para realizar el resto de los trámites, como obtener RFC, pasaporte, número de seguridad social, etcétera.

Cuando inicié mi proceso no había tanta información para tener una guía de ruta. Actualmente, existen sitios en internet como impulsotransac.org, donde se puede tener orientación sobre gestiones en diversos estados de la República.

Los trámites que más tiempo me llevaron fueron los relacionados con la actualización de mis documentos escolares. Según mi experiencia, falta guía en el ambiente escolar sobre cómo manejar estos procesos con un enfoque de inclusión; podría incluso existir un reglamento interno de las universidades que contemplara el cambio de identidad para facilitar el trámite ante las autoridades. Tuve que solicitar la modificación de mi certificado de estudios desde nivel secundaria para actualizar mi título universitario.

Entendiendo mis privilegios

A lo largo de mi carrera profesional, si bien me he encontrado con empresas que no tienen clara su política de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) –para muchas, la inclusión es lograr que las mujeres ocupen puestos de dirección y gerencias–, lo cierto es que he logrado tener diversas oportunidades en otras compañías.

Me reconozco como una mujer trans que no entra en el estereotipo. Hablo inglés y tengo estudios de posgrado. Aun así, estoy segura de que muchas de mis solicitudes laborales fueron rechazadas porque, cuando escuchaban mi voz, no les parecía que perteneciera a una mujer.

Hoy estoy viviendo un sueño. Siempre tuve muy claro que quería trabajar en una empresa cuya estructura permitiera la participación de todas. Abiertamente, soy la primera mujer trans en México que ha hablado abiertamente sobre su identidad en la firma. Llegué aquí porque sabía que tienen políticas claras sobre Diversidad, Equidad e Inclusión; lo considero como un lugar seguro para mí y así me lo han demostrado.

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Estoy en un área que me ofrece visibilidad –algo que siempre busco–, porque creo que puede abrirme puertas a mí y a las personas que estamos en una situación similar. Trato de conocer a la mayor cantidad de gente posible, porque también es parte de mi crecimiento personal. Me siento orgullosa, porque, desde que llegué, he contribuido para llevar a cabo diversos proyectos, como programas de entrenamiento, talleres y eventos, entre otros.

Reconozco el gran desafío que puede representar para muchas empresas tener programas claros de DEI: un líder puede ser muy inclusivo, pero se requieren ciertas estructuras dentro de las organizaciones. Sin embargo, se trata de voluntad. Pueden comenzar por pequeñas acciones; quizá talleres para los colaboradores sobre sensibilización y sobre la existencia de sesgos inconscientes –o conscientes–; o una política que penalice de alguna manera la discriminación. Existen, por ejemplo, asociaciones que realizan ferias de reclutamiento sólo para la comunidad LGBTQ+. Dentro de las empresas también podrían abrirse vacantes similares para promover la inclusión de la comunidad.

Quiero hacer una invitación a perder el miedo. A perder el miedo a colaborar con alguien que es diferente, pero que es igual. Todas las personas trans, además de trans, somos eso: personas, compartimos sentimientos y pensamientos. Perdamos el miedo de potenciar a las empresas con ideas diferentes, disruptivas e innovadoras que nos reconocen por igual, con equidad, y que sí contribuyen a crear entornos más competitivos y sanos en todos los sentidos.

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Nota del editor: Miina Alvarado es Senior Associate de Learning & Development en PwC México. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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