“No hay manera de que yo siga trabajando y cuidando a mis hijos gemelos y a mi bebé recién nacido, en casa”. Las decisiones y sentimientos de cansancio, hartazgo y ansiedad que ha experimentado desde que inició la emergencia sanitaria Isabel Erreguerena, quien dirige la organización Equis Justicia, tienen que ver, además de con el estrés de una pandemia global, con los roles de género. “Tengo gemelos de un año y seis meses y otro bebé con dos meses. Vivir la pandemia embarazada implicó un miedo constante por no saber el riesgo al que sometía al bebé y por la planeación tan detallada que se hizo para su nacimiento”, dice la abogada que trabajó durante parte de su embarazo antes de tomar una licencia de maternidad.
Entre las obligadas pruebas para descartar un posible contagio de COVID-19 antes del parto para ella y su esposo, y preparar la logística del nacimiento, complicada por la pandemia, algo se resintió. Y si bien en lo familiar salió todo bien, sus decisiones impactaron su esquema laboral, pero sobre todo en la carga de trabajo. A partir del confinamiento, el límite entre las jornadas de trabajo y cuidados se diluyen y se vuelven más pesadas, porque no se contempla el espacio para el descanso.
Una encuesta elaborada por la consultora Deloitte entre 400 mujeres de nueve países y publicada en octubre, señala que una de cada tres asegura que tiene mayor carga laboral que antes y 65%, mayores responsabilidades en el cuidado de sus hogares y familia. De ellas, 70% teme que su crecimiento profesional pueda verse afectado.