La influencia de los medios en estas narrativas es innegable. Según la Unstereotype Alliance, el 76% de las publicidades globales contienen estereotipos de género que refuerzan ideas tradicionales sobre el amor y las relaciones. Muchas de estas representaciones idealizan la posesividad, los celos y el sacrificio como pruebas de amor. Rasso enfatiza que “los medios presentan relaciones tóxicas como apasionadas, minimizando la violencia que se genera en estos contextos. Esto normaliza conductas que en realidad son peligrosas”.
Un ejemplo claro es La Bella y la Bestia, una historia que refuerza la idea de que el amor puede transformar incluso a las personas más violentas. Este tipo de narrativas, advierte Rasso, refuerzan un rol de salvadora en las mujeres y perpetúan la creencia de que el sacrificio es un componente esencial del amor. Sin embargo, como señala, “nadie cambia si no decide hacerlo, y no es responsabilidad de las mujeres transformar a sus parejas”.
Las cifras respaldan la gravedad del problema. Según el INEGI, el 70% de las mujeres mexicanas mayores de 15 años han enfrentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida, y en muchos casos, estas agresiones ocurren dentro de relaciones sentimentales. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2021 reveló que el 42% de las mujeres casadas o en unión libre han sufrido violencia emocional, mientras que el 25% ha experimentado violencia económica, física o sexual. Estos datos demuestran cómo las narrativas culturales contribuyen a justificar y perpetuar estas dinámicas.
Para Rasso, es fundamental desmitificar las narrativas sobre el amor que están profundamente arraigadas en la cultura popular. “Una gran parte del problema radica en que no reconocemos estas historias como problemáticas porque las hemos normalizado. Cuando analizamos letras de canciones o guiones de películas, encontramos constantemente mensajes de posesión y sacrificio como pruebas de amor”, explica. Este análisis permite identificar patrones que refuerzan el control y la dependencia emocional.
La educación es un área clave para el cambio. Según la SEP, solo el 15% de las escuelas en México incluyen programas efectivos de educación en género, lo que deja un vacío formativo que los medios y redes sociales llenan con narrativas dañinas. Incorporar contenidos sobre igualdad y relaciones saludables en los programas educativos desde edades tempranas podría ser un paso significativo para contrarrestar estas influencias. Rasso resalta que “la educación debe enfocarse en enseñar a las niñas y niños a identificar dinámicas de respeto y colaboración, en lugar de perpetuar roles de género que las colocan en desventaja”.
Un enfoque innovador en este proceso es el análisis crítico de los medios. Rasso y su equipo han implementado talleres donde las mujeres analizan la música que consumen. “Cuestionar las letras de canciones populares abre la puerta para reflexionar sobre cómo normalizamos conductas que, en realidad, son violentas”, explica. Estas actividades no solo fomentan la conciencia, sino que también promueven nuevas formas de construir relaciones basadas en igualdad y respeto.
Además, Rasso insiste en que los hombres deben ser parte activa de este cambio. “Es esencial que los hombres reflexionen sobre los privilegios que ejercen en las relaciones y cómo estos afectan a sus parejas. Solo desde la autocrítica y el aprendizaje pueden convertirse en aliados en la construcción de relaciones equitativas”, enfatiza. Este enfoque no solo busca prevenir la violencia, sino también transformar las dinámicas de poder en las relaciones.
Por otro lado, la tecnología puede ser una herramienta clave en esta lucha. Plataformas como Aura Chat, desarrollada como parte de la Ley Olimpia, están diseñadas para detectar patrones de abuso y facilitar denuncias. Este tipo de iniciativas no solo empoderan a las víctimas, sino que también ayudan a desnormalizar comportamientos tóxicos. “La tecnología nos da una oportunidad única para prevenir la violencia antes de que ocurra. Es una herramienta que puede cambiar la dinámica del poder en favor de las mujeres”, señala Rasso.
En última instancia, desmontar el mito del amor romántico no es solo un desafío personal, sino un cambio estructural que requiere la colaboración de familias, instituciones, medios y políticas públicas. Porque, como concluye Rasso, “el amor no debe ser una prisión, sino un espacio de libertad y respeto mutuo”. Transformar este paradigma comienza por cuestionar las narrativas aprendidas y exigir nuevas representaciones que promuevan relaciones más sanas y equitativas.