El trabajo, en mi caso, suele ser mi gran pasión. Generar alianzas, promover empleados, ganar nuevos clientes, crear estrategias creativas son mi pan de cada día. Por supuesto mi familia es la inspiración ya que cada uno me representa una motivación a seguir. Sobre todo, mis hijos.
Sin embargo, hay ocasiones en que la vida me da algunos reveses y de repente siento que caigo a un vacío existencial llena de preguntas como “¿por qué yo?”, ¿por qué justo ahora?”, ¿cómo voy a salir de esta…?”.
A veces uno cree que está a punto de llegar al mejor momento profesional, económico y de plenitud, y de repente la vida me recuerda que no solo soy una directora general, también soy persona.
Y como todos los seres humanos de vez en vez tenemos eventos que no nos gustan y menos cuando son repentinos e inesperados. Hace unos días estaba muy feliz porque, por fin, luego de más de 400 días de no salir de vacaciones pisaría la arena y me remojaría como mojarra en el mar de Acapulco (en la orillita porque me da miedo).
Me vi bebiendo una rica michelada Corona -con doble shot de limón-, en un camastro en la casa de mi querido amigo Gabo. Planifiqué hasta los chistes que iba a contar y las anécdotas comunes.
Elegí los bikinis que destacarían mi oscuro color dorado luego de pasar horas bajo el Sol leyendo la última novela de mi escritor español favorito, Javier Marías (recién fallecido).
De repente un correo electrónico y una llamada cambiaron mis planes, mi vida. En el primero me daba las gracias uno de mis clientes más importantes. Se acaba la colaboración y, por tanto, los honorarios. La segunda, la más dolorosa: “Tu papá está muy grave, debes venir a verlo a Torreón -mi ciudad natal-”.
Dejé todo mi equipaje sobre la cama, compré un boleto de avión y cambié el contenido de la maleta.
Apenas llegué al hospital y mi moral sufrió un golpe duro al corazón. Mi papá no me reconocía, estaba delirando.
Así los sucesos durante los últimos días, noches y madrugadas, en lo que el dolor que nutre la energía del hospital y el fantasma de la muerte nos acompañan.
Hoy sé que mi padre está en una etapa final. Sin embargo, es difícil aceptarlo.